lunes, 6 de septiembre de 2010

Mons. Aguer pide humildad a dos nuevos diáconos

Mons. Aguer pide humildad a dos nuevos diáconos


La Plata (Buenos Aires), 2 Set. 10 (AICA).- El sábado 28 de agosto en la iglesia Nuestra Señora de la Piedad, del Seminario Arquidiocesano San José, el arzobispo de La Plata, monseñor Héctor Aguer, ordenó diáconos a los seminaristas Guillermo Oría y Sebastián Corsellas, de 28 y 29 años de edad, respectivamente.

La celebración estuvo marcada por un clima de profundo sentimiento de oración, fervor y alegría, según destacó el rector de esa casa de formación, presbítero Gabriel Horacio Delgado.

Participaron numerosos sacerdotes y fieles, entre ellos muchos jóvenes provenientes de la parroquia Nuestra Señora de Luján, donde los dos ordenados desarrollan actividades apostólicas.


Servicio de la verdad y la caridad

“La actualidad de San Agustín, del testimonio que nos ha dejado en la aventura de su vida y en su magisterio intelectual y espiritual, se manifiesta de modo singular y en contraste con el desquicio posmoderno, en la significación cabal y en la vivencia de la verdad y del amor que él nos ha transmitido. El obispo de Hipona nos recuerda que la verdad es accesible al hombre, más todavía, que el alma está hecha para la verdad, pero que la verdad no es una creación de la mente sino un don que nos supera”, dijo monseñor Aguer en la homilía.

Tras explicar que “se la percibe como un horizonte que se eleva sobre la actividad normal de la razón y que precede a su empeño reflexivo; no se la construye, se la encuentra, se la acoge, se la acepta”, consideró que “el constructivismo que se impone actualmente en las ciencias del hombre niega la verdad, la rebaja al nivel de un mosaico de parcialidades relativas, fabricado por consenso, a contrapelo de la realidad y de la naturaleza del alma; implícita o explícitamente, niega a Dios”.

El prelado enumeró luego las “múltiples funciones que pueden encomendarse a los diáconos” de acuerdo con el Pontifical Romano: “administrar solemnemente el Bautismo, reservar y distribuir la Eucaristía, asistir al Matrimonio y bendecirlo en nombre de la Iglesia, llevar el Viático a los moribundos, leer la Sagrada Escritura a los fieles, instruir y exhortar al pueblo, presidir el culto y la oración de los fieles, administrar los sacramentales, presidir el rito de los funerales y de la sepultura. Junto a estos oficios litúrgicos se destaca su ocupación primigenia: el servicio de asistencia a los pobres en sus variadas formas, como signo del amor de Cristo y de la Iglesia”.

Por otra parte, prosiguió, “la tradición apostólica nos ha legado una fórmula que expresa el espíritu de la función diaconal: que conserven el misterio de la fe con una conciencia pura”. En ese sentido, indicó que “el ejercicio del ministerio de los diáconos, cualquiera sea la actividad que les toque desarrollar, es iluminado y animado por el principio de la verdad en la caridad, de la caridad en la verdad. El mundo de hoy necesita de este doble y único testimonio”.

Asimismo, que “la humildad nos torna conscientes de nuestra propia flaqueza, nos impulsa a trabajar con ánimo servicial, sin aspavientos ni ambiciones, buscando descubrir y cumplir en las circunstancias cotidianas del ministerio la voluntad del Padre. Gracias a la humildad podemos vivir en la obediencia eclesial, aceptando y ejecutando con espíritu de fe lo que se nos manda, lo que ordena la Iglesia nuestra Madre y Maestra; gracias a la humildad que disipa los humos de nuestro ridículo apetito de superioridad es posible la caridad fraterna y la edificación de la comunidad”.



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