sábado, 31 de enero de 2009

El Holocausto del Aborto [Incluye Video “Dura Realidad”] - Eduardo Verástegui

El Holocausto del Aborto
[Incluye Video “Dura Realidad”]
Eduardo Verástegui


El famoso actor mexicano Eduardo Verástegui ofrece a los interesados información sobre el Aborto y la postura del Presidente de Estados Unidos de América Barak Obama. Al final de este post pueden ver el video completo titulado “Dura Realidad”, con palabras de Verástegui refiriéndose al tema del Aborto de Hispanos en Estados Unidos.


[ForumLibertas/FVN] No es la primera vez que el actor mexicano Eduardo Verástegui se posiciona públicamente a favor de la vida “desde su concepción hasta su muerte natural”. El protagonista de la película “Bella” denunció a principios de mayo de 2007 “el Holocausto del Aborto” y creó una organización para combatir su despenalización en México.

Ahora, Verástegui muestra la cruda realidad del aborto a través de un video (que puede ver al final de este post) en el que advierte sobre la dureza de las imágenes y critica fuertemente la postura del candidato demócrata Barak Obama con respecto al Aborto.

Barak Obama apoya los abortos realizados durante los últimos meses del embarazo […] y los inhumanos abortos de nacimiento parcial”, afirma el también productor mexicano en su video, que responde al significativo título de “Dura Realidad”.

miércoles, 28 de enero de 2009

Santo Tomás de Aquino 2009

La Oración en Santo Tomás de Aquino
Una perspectiva desde la Suma de Teología
Lic. Gerardo Medina


Para Celebrar a Santo Tomás de Aquino, Doctor Común de la Iglesia.


Conferencia a cargo del
Lic. Gerardo Medina
el próximo
Viernes 30 de enero del 2009, 21 hs.
en el Multiespacio Cultural EL CAMINO
Av. Luro 4344 - 1º Piso - Mar del Plata
Entrada Libre de Aranceles

España, la Inquisición y la Leyenda Negra - Vittorio Messori


España, la Inquisición y la Leyenda Negra
Vittorio Messori



Bailando con lobos, la película norteamericana que se pone del lado de los indios, ganó siete Oscars.

Hacia mediados de los años sesenta el western se dispuso a experimentar un cambio; las primeras dudas acerca de la bondad de la causa de los pioneros anglosajones provocaron una crisis del esquema «blanco bueno‑piel roja malo». Desde entonces, esa crisis fue en aumento hasta conseguir la inversión del esquema: ahora, las nuevas categorías insisten en ver siempre en el indio al héroe puro y en el pionero al brutal invasor.


Como es lógico, existe el peligro de que la nueva situación se convierta en una especie de nuevo conformismo del hombre occidental PC, politically correct, como se denomina a quien respeta los cánones y tabúes de la mentalidad corriente.

Mientras que antes se producía la excomunión social de todo aquel que no viera un mártir de la civilización y un campeón del patriotismo «blanco» en el coronel George A. Custer, ahora merecería la misma excomunión todo aquel que hablara mal de Toro Sentado y de los sioux, que aquella mañana del 25 de junio de 1876, en Little Big Horn, acabaron con la vida de Custer y con todo el Séptimo de Caballería.

A pesar del riesgo de que aparezcan nuevos eslóganes conformistas, es imposible no acoger con satisfacción el hecho de que se descubran los pasteles de la «otra» América, la protestante, que dio (y da) tantas desdeñosas lecciones de moral a la América católica. Desde el siglo XVI las potencias nórdicas reformadas ‑‑Gran Bretaña y Holanda in primis‑‑ iniciaron en sus dominios de ultramar una guerra psicológica al inventarse la «leyenda negra» de la barbarie y la opresión practicadas por España, con la que estaban enzarzadas en la lucha por el predominio marítimo.

Leyenda negra que, como ocurre puntualmente con todo lo que no está de moda en el mundo laico es descubierta ahora con avidez por curas, frailes y católicos adultos en general, quienes, al protestar con tonos virulentos en contra de las celebraciones por el Quinto Centenario del descubrimiento ignoran que, con algunos siglos de retraso, se erigen en seguidores de una afortunada campaña de los servicios de propaganda británicos y holandeses.

Pierre Chaunu, historiador de hoy, fuera de toda duda por ser calvinista, escribió: «La leyenda antihispánica en su versión norteamericana (la europea hace hincapié sobre todo en la Inquisición) ha desempeñado el saludable papel de válvula de escape. La pretendida matanza de los indios por parte de los españoles en el siglo XVI encubrió la matanza norteamericana de la frontera Oeste, que tuvo lugar en el siglo XIX. La América protestante logró librarse de este modo de su crimen lanzándolo de nuevo sobre la América católica».

Entendámonos, antes de ocuparnos de semejantes temas sería preciso que nos librásemos de ciertos moralismos actuales que son irreales y que se niegan a reconocer que la historia es una señora inquietante, a menudo terrible. Desde una perspectiva realista que debería volver a imponerse, habría que condenar sin duda los errores y las atrocidades (vengan de donde vengan) pero sin maldecir como si se hubiera tratado de una cosa monstruosa el hecho en sí de la llegada de los europeos a las Américas y de su asentamiento en aquellas tierras para organizar un nuevo hábitat.

En historia resulta impracticable la edificante exhortación de «que cada uno se quede en su tierra sin invadir la ajena». No es practicable no sólo porque de ese modo se negaría todo dinamismo a las vicisitudes humanas, sino porque toda civilización es fruto de una mezcla que nunca fue pacífica. Sin ánimo de incodar a la Historia Sagrada misma (la tierra que Dios prometió a los judíos no les pertenecía, sino que se la arrancaron a la fuerza a sus anteriores habitantes), las almas bondadosas que reniegan de los malvados usurpadores de las Américas olvidan, entre otras cosas, que a su llegada, aquellos europeos se encontraron a su vez con otros usurpadores. El imperio de los aztecas y el de los incas se había creado con violencia y se mantenía gracias a la sanguinaria opresión de los pueblos invasores que habían sometido a los nativos a la esclavitud.

A menudo se finge ignorar que las increíbles victorias de un puñado de españoles contra miles de guerreros no estuvieron determinadas ni por los arcabuces ni por los escasísimos cañones (que con frecuencia resultaban inútiles en aquellos climas porque la humedad neutralizaba la pólvora) ni por los caballos (que en la selva no podían ser lanzados a la carga).

Aquellos triunfos se debieron sobre todo al apoyo de los indígenas oprimidos por los incas y los aztecas. Por lo tanto, más que como usurpadores, los ibéricos fueron saludados en muchos lugares como liberadores. Y esperemos ahora a que los historiadores iluminados nos expliquen cómo es posible que en más de tres siglos de dominio hispánico no se produjesen revueltas contra los nuevos dominadores, a pesar de su número reducido y a pesar de que por este hecho estaban expuestos al peligro de ser eliminados de la faz del nuevo continente al mínimo movimiento. La imagen de la invasión de América del Sur desaparece de inmediato en contacto con las cifras: en los cincuenta años que van de 1509 a 1559, es decir, en el período de la conquista desde Florida al estrecho de Magallanes, los españoles que llegaron a las Indias Occidentales fueron poco más de quinientos (¡sí, sí quinientos!) por año. En total, 27 787 personas en ese medio siglo.

Volviendo a la mezcla de pueblos con los que es preciso hacer las cuentas de un modo realista, no debemos olvidar, por ejemplo, que los colonizadores de América del Norte provenían de una isla que a nosotros nos resulta natural definir como anglosajona. En realidad, era de los britanos, sometidos primero por los romanos y luego por los bárbaros germanos ‑‑ precisamente los anglos y los sajones‑‑que exterminaron a buena parte de los indígenas y a la otra la hicieron huir hacia las costas de Galia donde, después de expulsar a su vez a los habitantes originarios, crearon la que se denominó Bretaña. Por lo demás ninguna de las grandes civilizaciones (ni la egipcia, ni la romana, ni la griega, sin olvidar nunca la judía) se creó sin las correspondientes invasiones y las consiguientes expulsiones de los primeros habitantes.

Por lo tanto, al juzgar la conquista europea de las Américas será preciso que nos cuidemos de la utopía moralista a la que le gustaría una historia llena de reverencias, de buenas maneras, y de «faltaba más, usted primero».

Aclarado este punto, es preciso que digamos también que hay conquistas y conquistas (y en películas como la muy premiada Bailando con lobos se empieza a entender) y que la católica fue ampliamente preferible a la protestante.

Como escribió Jean Dumont, otro historiador contemporáneo: «Si, por desgracia, España (y Portugal) se hubiera pasado a la Reforma, se hubiera vuelto puritana y hubiera aplicado los mismos principios que América del Norte ("lo dice la Biblia, el indio es un ser inferior, un hijo de Satanás"), un inmenso genocidio habría eliminado de América del Sur a todos los pueblos indígenas. Hoy en día, al visitar las pocas "reservas" de México a Tierra del Fuego, los turistas harían fotos a los supervivientes, testigos de la matanza racial, llevada a cabo además sobre la base de motivaciones "bíblicas” ».

Efectivamente, las cifras cantan: mientras que los pieles rojas que sobreviven en América del Norte son unos cuantos miles, en la América ex española y ex portuguesa, la mayoría de la población o bien es de origen indio o es fruto de la mezcla de precolombinos con europeos y (sobre todo en Brasil) con africanos.

La cuestión de las distintas colonizaciones de las Américas (la ibérica y la anglosajona) es tan amplia, y son tantos los prejuicios acumulados, que sólo podemos ofrecer algunas observaciones.
Volvamos a la población indígena, tal como señalamos prácticamente desaparecida en los Estados Unidos de hoy, donde están registradas como «miembros de tribus indias» aproximadamente un millón y medio de personas. En realidad, esta cifra, de por sí exigua, se reduciría aún más si consideramos que para aspirar al citado registro basta con tener una cuarta parte de sangre india.

En el sur la situación es exactamente la contraria; en la zona mexicana, en la andina y en muchos territorios brasileños, casi el noventa por ciento de la población o bien desciende directamente de los antiguos habitantes o es fruto de la mezcla entre los indígenas y los nuevos pobladores. Es más, mientras que la cultura de Estados Unidos no debe a la india más que alguna palabra, ya que se desarrolló a partir de sus orígenes europeos sin que se produjese prácticamente ningún intercambio con la población autóctona, no ocurre lo mismo en la América hispano-portuguesa, donde la mezcla no sólo fue demográfica sino que dio origen a una cultura y una sociedad nuevas, de características inconfundibles.

Sin duda, esto se debe al distinto grado de desarrollo de los pueblos que tanto los anglosajones como los ibéricos encontraron en aquellos continentes, pero también se debe a un planteamiento religioso distinto. A diferencia de los católicos españoles y portugueses, que no dudaban en casarse con las indias en las que veían seres humanos iguales a ellos, a los protestantes (siguiendo la lógica de la que ya hemos hablado y que tiende a hacer retroceder hacia el Antiguo Testamento al cristianismo reformado) los animaba una especie de «racismo» o al menos, el sentido de superioridad, de «estirpe elegida», que había marcado a Israel. Esto, sumado a la teología de la predestinación (el indio es subdesarrollado porque está predestinado a la condenación, el blanco es desarrollado como signo de elección divina) hacía que la mezcla étnica e incluso la cultural fueran consideradas como una violación del plan providencial divino.

Así ocurrió no sólo en América y con los ingleses sino en todas las demás zonas del mundo a las que llegaron los europeos de tradición protestante. El apartheid sudafricano, por citar el ejemplo más clamoroso, es una creación típica y teológicamente coherente del calvinismo holandés. Sorprende, por lo tanto, esa especie de masoquismo que hace poco impulsó a la Conferencia de obispos católicos sudafricanos a sumarse, sin mayores distinciones ni precisiones, a la Declaración de arrepentimiento» de los cristianos blancos hacia los negros de aquel país. Sorprende porque aunque por parte de los católicos pudo haber algún comportamiento condenable, digno comportamiento, al contrario de lo ocurrido en el caso protestante, iba en contra de la teoría y la práctica católicas. Pero da igual, hoy por hoy, parece ser que existen no pocos clericales dispuestos a endilgarle a su Iglesia culpas que no tiene.

Las formas de conquista de las Américas se originan precisamente en las distintas teologías: los españoles no consideraron a los pobladores de sus territorios como una especie de basura que había que eliminar para poder instalarse en ellos como dueños y señores. Se reflexiona poco sobre el hecho de que España (a diferencia de Gran Bretaña) no organizó nunca su imperio americano en colonias, sino en provincias. Y que el rey de España no se ciñó nunca la corona de emperador de las Indias, a diferencia de cuanto hará, incluso a principios del siglo XX, la monarquía inglesa. Desde el comienzo, y más tarde, con implacable constancia, durante toda la historia posterior, los colonos protestantes se consideraron con el derecho, fundado en la misma Biblia, de poseer sin problemas ni limitaciones toda la tierra que lograran ocupar echando o exterminando a sus habitantes. Estos últimos, como no formaban parte del «nuevo Israel» y como llevaban la marca de una predestinación negativa, quedaron sometidos al dominio total de los nuevos amos.

El régimen de suelos instaurado en las distintas zonas americanas confirma esta diferencia de las perspectivas y explica los distintos resultados: en el sur se recurrió al sistema de la encomienda, figura jurídica de inspiración feudal, por la cual el soberano concedía a un particular un territorio con su población incluida, cuyos derechos eran tutelados por la Corona, que seguía siendo la verdadera propietaria. No ocurrió lo mismo en el norte, donde primero los ingleses y después el gobierno federal de Estados Unidos se declararon propietarios absolutos de los territorios ocupados y por ocupar; toda la tierra era cedida a quien lo deseara al precio que se fijó posteriormente en una media de un dólar por acre. En cuanto a los indios que podían habitar esas tierras, correspondía a los colonos alejarlos o mejor aún, exterminarlos, con la ayuda del ejército si era preciso.

El término «exterminio» no es exagerado y respeta la realidad concreta. Por ejemplo, muchos ignoran que la práctica de arrancar el cuero cabelludo era conocida tanto por los indios del norte como por los del sur. Pero entre estos últimos desapareció pronto, prohibida por los españoles. No ocurrió lo mismo en el norte. Por citar un ejemplo, la entrada correspondiente en una enciclopedia nada sospechosa como la Larousse dice: «La práctica de arrancar el cuero cabelludo se difundió en el territorio de lo que hoy es Estados Unidos a partir del siglo XVII, cuando los colonos blancos comenzaron a ofrecer fuertes recompensas a quien presentara el cuero cabelludo de un indio fuera hombre, mujer o niño ».

En 1703 el gobierno de Massachussets pagaba doce libras esterlinas por cuero cabelludo, cantidad tan atrayente que la caza de indios, organizada con caballos y jaurías de perros, no tardó en convertirse en una especie de deporte nacional muy rentable. El dicho «el mejor indio es el indio muerto», puesto en práctica en Estados Unidos, nace no sólo del hecho de que todo indio eliminado constituía una molestia menos para los nuevos propietarios, sino también del hecho de que las autoridades pagaban bien por su cuero cabelludo. Se trataba pues de una práctica que en la América católica no sólo era desconocida sino que, de haber tratado alguien de introducirla de forma abusiva, habría provocado no sólo la indignación de los religiosos, siempre presentes al lado de los colonizadores, sino también las severas penas establecidas por los reyes para tutelar el derecho a la vida de los indios.

Sin embargo, se dice que millones de indios murieron también en América Central y del Sur. Murieron, qué duda cabe, pero no como para estar al borde de la desaparición como en el norte. Su exterminio no se debió exclusivamente a las espadas de acero de Toledo y a las armas de fuego (que, como ya vimos, casi siempre fallaban), sino a los invisibles y letales virus procedentes del Viejo Mundo.

El choque microbiano y viral que en pocos años causó la muerte de la mitad de la población autóctona de Iberoamérica fue estudiado por el grupo de Berkeley, formado por expertos de esa universidad. El fenómeno es comparable a la peste negra que, procedente de India y China, asoló Europa en el siglo XIV. Las enfermedades que los europeos llevaron a América como la tuberculosis, la pulmonía, la gripe, el sarampión o la viruela eran desconocidas en el nicho ecológico aislado de los indios, por lo tanto, éstos carecían de las defensas inmunológicas para hacerles frente. Perro resulta evidente que no se puede responsabilizar de ello a los europeos, víctimas de las enfermedades tropicales a las que los indios resistían mejor. Es de justicia recordar aquí, cosa que se hace con poca frecuencia, que la expansión del hombre blanco fuera de Europa asumió a menudo el aspecto trágico de una hecatombe, con una mortalidad que, en el caso de ciertos barcos, ciertos climas y ciertos autóctonos, alcanzó cifras impresionantes.

Al desconocer los mecanismos del contagio (faltaba mucho aún para Pasteur) hubo hombres como Bartolomé de las Casas ‑‑figura controvertida que habrá que analizar prescindiendo de esquemas simplificadores‑‑ que fueron víctimas del equívoco: al ver que aquellos pueblos disminuían drásticamente, sospecharon de las armas de sus compatriotas, cuando en realidad no eran las armas las asesinas, sino los virus. Se trata de un fenómeno de contagio mortífero observado más recientemente entre las tribus que permanecieron aisladas en la Guayana francesa y en la región del Amazonas, en Brasil.

La costumbre española de decir ¡Jesús!, a manera de augurio a quien estornuda, nace del hecho de que un simple resfriado (del cual el estornudo es síntoma) solía ser mortal para los indígenas que lo desconocían y para el que carecía de defensas biológicas.


Autor:
Vittorio Messori

Fuente:
Tomado del libro Leyendas Negras de la Iglesia


Comentario al Salmo 1 - Santo Tomás de Aquino


Comentario de
Santo Tomás de Aquino
al Salmo 1


1 Bienaventurado el hombre, que no anduvoen consejo de impíos,y en camino de pecadores no se paró,y en cátedra de pestilencia no se sentó:
2 Sino que en la ley del Señor está su voluntad,y en su ley medita día y noche.
3 Y será como el árbol, que está plantadoa las corrientes de las aguas,el cual dará su fruto en su tiempo:Y su hoja no caerá:y todo cuanto él hiciere, irá en prosperidad.
4 No así los impíos, no así:sino como el tamo, que arroja el viento de la faz de la tierra.
5 Por eso no se levantarán los impíos en el juicio,ni los pecadores en el concilio de los justos.
6 Porque conoce el Señor el camino de los justos;y el camino de los impíos perecerá.

Este Salmo se distingue de todo el resto de la obra, pues no tiene título, sino que es más bien como el título de toda la obra.

David compuso los Salmos a la manera del que reza, es decir, no conservando una sola manera, sino según los diversos sentimientos y movimientos del que reza.

Por lo tanto, este primer Salmo expresa el sentimiento de un hombre que eleva sus ojos a la situación entera del mundo, y considera cómo algunos avanzan y otros caen.

Cristo fue el primero de los bienaventurados, así como Adán lo fue de los malvados. Pero se ha de notar que todos concuerdan en una cosa y difieren en dos. Concuerdan en que todos buscan la felicidad, pero difieren en la manera de dirigirse hacia ella, y al final de esto, en que algunos la alcanzan, y otros no.

Así pues, se divide este Salmo en dos partes. En la primera se describe el camino de todos hacia la felicidad. En la segunda se describe el final, allí donde dice: Y será como el árbol, que está plantado a las corrientes etc.

Sobre lo primero hace dos cosas. En primer lugar, se refiere al camino de los malvados, y en segundo lugar al de los buenos, allí donde dice: Sino que en la ley del Señor está su voluntad etc..
Tres cosas se han de considerar en el camino de los malos. En primer lugar su deliberación acerca del pecado, y esto en su pensamiento. En segundo lugar, su consentimiento y ejecución. Y en tercer lugar el inducir a otros a algo semejante, y esto es lo peor.

Y por eso indica en primer lugar el consejo de los malvados, allí donde dice: Bienaventurado el hombre etc. Y dice: que no anduvo, pues cuando el hombre delibera, está andando.

En segundo lugar indica el consentimiento y la ejecución, diciendo: y en camino de pecadores, es decir, en la operación: "El camino de los impíos es tenebroso, no saben adónde se tropiezan" (Prov 4). No se paró, es decir, consintiendo, y actuando.

Y dice de impíos, porque la impiedad es un pecado contra Dios, y de pecadores, contra el prójimo, y en cátedra; y este tercero es inducir a otros a pecar. Así pues, en cátedra como un maestro que enseña a otros a pecar; y por eso dice, de pestilencia, porque la pestilencia es una enfermedad infecciosa. "Hombres pestilentes devastan la ciudad" (Prov 29).

Así pues, quien no camina así no es feliz, sino todo al contrario. Pues la felicidad del hombre está en Dios: Feliz el pueblo cuyo Dios es el Señor etc. (Sal 143)

Por lo tanto el camino recto a la felicidad es en primer lugar que nos sometamos a Dios, y esto de dos maneras.

Primero mediante la voluntad, obedeciendo sus mandatos; y por eso dice: Sino que en la ley del Señor; y esto corresponde de modo especial a Cristo: "He bajado del cielo no para hacer mi voluntad, sino la voluntad de Aquel que me ha enviado" (Jn 8). Y conviene también de modo semejante a toda persona justa. Dice en la ley, por medio del amor, no bajo la ley por temor: "La ley no ha sido puesta para el justo" (1Tim 1).

En segundo lugar mediante el entendimiento, meditando constantemente; y por eso dice: y en su ley medita día y noche, es decir, continuamente, o bien a ciertas horas del día y de la noche, o bien tanto en las circunstancias prósperas y en las adversas.

Y será como el árbol etc. En esta parte se describe el final de la felicidad: e indica en primer lugar su diversidad; en segundo lugar añade su razón, allí donde dice: Porque conoce el Señor etc.

Sobre lo primero hace dos cosas. En primer lugar indica el final de los buenos, y en segundo lugar el de los malos, allí donde dice No así los impíos etc.

Acerca del final de los buenos se vale de una comparación; primero la indica, y luego la adapta, allí donde dice: y todo cuanto él hiciere etc.

Así pues, toma la comparación del árbol, del que se consideran tres cosas, a saber, el ser plantado, el dar fruto, y el conservarse.

Para ser plantado, es necesaria una tierra humedecida por las aguas, pues de otro modo se secaría; y por eso dice: que está plantado a las corrientes de las aguas, es decir, junto a las corrientes de las gracias: "el que cree en mí... de su seno correrán ríos de agua viva" (Jn 7).

Y quien tenga sus raíces junto a esta agua fructificará haciendo buenas obras; y esto es lo que sigue: el cual dará su fruto. "Pero el fruto del espíritu es caridad, alegría, paz, y paciencia, generosidad, bondad, fidelidad", etc. (Gál 5).

En su tiempo, es decir, sólo cuando es momento de obrar. "Mientras tenemos tiempo, obremos el bien a todos" (Gál 6).

Y no se seca. Por el contrario, se conserva. Ciertos árboles se conservan en su substancia, pero no en sus hojas, pero otros se conservan también en sus hojas: así también los justos, por lo que dice: Y su hoja no caerá, es decir, no serán abandonados por Dios ni siquiera en las obras más pequeñas y exteriores. "Pero los justos germinarán como una hoja verde" (Prov 11).

Luego cuando dice, Y todo, adapta la comparación: pues los bienaventurados prosperarán en todo, cuando alcancen el fin deseado en todo lo que desean, pues los justos llegarán a la felicidad. Oh Señor, sálvame, oh Señor, dame la prosperidad etc (Sal 117).

Opuesto es el final de los malvados, que se describe allí donde dice No así etc. Y sobre esto hace dos cosas. En primer lugar hace una comparación, y en segundo lugar la adapta, allí donde dice No se levantará. Pero nota que aquí repite no así y no así dos veces, para una mayor certeza. "Lo que viste por segunda vez, es juicio de firmeza" (Gén 41).

O bien, no así obran en el camino, y por eso no así reciben al final. "Recibiste bienes en tu vida, y Lázaro asimismo males: pero ahora éste es consolado, y tú atormentado" (Lc 16).

Ahora, son propiamente comparados con el polvo, porque poseen tres características que son contrarias a lo que se ha dicho sobre el hombre justo. Primero que el polvo no se adhiere a la tierra, sino que está en la superficie; el árbol plantado, en cambio, ha echado raíces. Asimismo, el árbol es compacto en sí mismo, y es además húmedo; pero el polvo es en sí mismo dividido, seco y árido, por lo que se dice que los buenos están unidos por la caridad como un árbol: Estableced un día solamente con espesuras, hasta el cornijal del altar (Sal 117); pero los malos están divididos: "Entre los soberbios siempre hay contiendas" (Prov 13).

Asimismo, los buenos se adhieren radicalmente en las cosas espirituales y en los bienes divinos, mientras que los malos se sostienen en los bienes exteriores.

Asimismo, están sin el agua de la gracia: "Eres polvo etc." (Gén 3). Y por eso toda su malicia pasa.

"No perecerá ni un cabello de vuestra cabeza" (Lc 21). Pero sobre estos malos se dice que serán arrojados completamente de la faz, esto es, de los bienes superficiales; el viento, es decir la tribulación, los arroja de la faz de la tierra.

"Vi que los que obran la iniquidad, y siembran dolores, y los siegan, han perecido ante el soplo de Dios, y han sido consumidos por el espíritu de su ira" (Job 4).

Luego adapta la comparación, allí donde dice, no se levantarán, pues son como el polvo. Pero por el contrario, "es necesario que todos nosotros seamos puestos al descubierto ante el tribunal de Cristo" (2Cor 5). Y asimismo, "Todos resucitaremos" (1Cor 15). Ante ello se puede decir que esto puede ser leído de dos maneras. En efecto, se dice que un hombre resucita propiamente en el juicio, cuando su causa es vista favorable por la sentencia del juez. Así pues, éstos no resucitarán, porque no habrá sentencia a su favor en el juicio, sino más bien en contra; por eso otra variante dice: no podrán ponerse de pie.

Pero los buenos sí, pues si bien han sido afligidos por el pecado del primer padre, tendrán una sentencia en su favor.

Ni los pecadores se congregarán en el concilio de los justos, pues los buenos se congregarán para la vida eterna, en la que no serán admitidos los malvados.

O bien dice que esto se entiende acerca de la reparación de la justicia, para la que harán reparación en su propio juicio. "Si nos juzgásemos a nosotros mismos, no seríamos juzgados" (1Cor 11).

Y sobre esto dice: no se levantarán en el juicio, es decir, propiamente, y sobre esto dice Ef 5: "Despierta tú que duermes, y levántate de entre los muertos, y te iluminará Cristo" (Ef 5).

Ahora bien, ciertos hombres son reparados por el consejo de los buenos, pero tampoco de este modo se levantan del pecado los malvados.

O los impíos, es decir, los infieles, no se levantarán en el juicio de discusión y de examen, pues según Gregorio algunos serán condenados sin ser juzgados, como por ejemplo los infieles. Algunos no serán juzgados ni serán condenados, es decir, los Apóstoles, y los hombres perfectos. Algunos serán juzgados y serán condenados, es decir, los fieles malos.

Así pues los fieles no se levantarán para ser examinados en el juicio de discusión. "Quien no cree, ya está juzgado" (Jn 3). Pero los pecadores no se levantarán en el juicio de los juicios, es decir, para ser juzgados y no condenados.

Luego se da la razón por la que éstos no se levantarán en el juicio: Porque conoce etc. Y habla con propiedad: pues cuando alguien sabe que algo está echado a perder, lo repara; pero cuando no lo sabe, no lo repara. Los justos se pierden con la muerte, pero sin embargo Dios los sigue conociendo. "Dios conoce al que le pertenece" (2Tim 2). Los conoce con un conocimiento de aprobación, y por eso son reparados. Pero puesto que no conoce el camino de los impíos con un conocimiento de aprobación, el camino de los impíos perecerá. Anduve errando como una oveja que perece: busca a tu siervo, pues no he olvidado tus mandamientos (Sal 118). Sea su camino tinieblas y resbaladero (Sal 34).




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Los Movimientos Eclesiales y su Colocación Teológica - Cardenal Joseph Ratzinger

Los Movimientos Eclesiales y su Colocación Teológica
Cardenal Joseph Ratzinger 


En la vigilia de Pentecostés de 1998, el Papa Juan Pablo II convocó por primera vez a todos los movimientos de la Iglesia Católica para una cita en la Plaza San Pedro. Acudieron más de medio millón de personas y el Vicario de Cristo les animó en su camino llamándoles la «primavera de la Iglesia» y la «respuesta del Espíritu Santo del fin del milenio». ZENIT, en aquel momento, ofreció en «exclusiva» la conferencia del entonces Cardenal Joseph Ratzinger, Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, en apertura del Congreso de Movimientos Eclesiales, tenida en Roma como preparación para el gran encuentro con el Santo Padre en Pentecostés. La Conferencia es una verdadera joya que vale la pena estudiar y difundir.



LOS MOVIMIENTOS ECLESIALES Y SU COLOCACIÓN TEOLÓGICA

Card. Joseph Ratzinger
Roma, 27 de Mayo de 1998


En la gran encíclica misionera Redemptoris Missio, el Santo Padre escribe: «Dentro de la Iglesia se presentan varios tipos de servicios, funciones, ministerios y formas de animación de la vida cristiana. Recuerdo, como novedad emergida en no pocas iglesias en los tiempos recientes, el gran desarrollo de los «movimientos eclesiales», dotados de fuerte dinamismo misionero. Cuando se integran con humildad en la vida de las iglesias locales y son acogidos cordialmente por obispos y sacerdotes en las estructuras diocesanas y parroquiales, los movimientos representan un verdadero don de Dios para la nueva evangelización y para la actividad misionera propiamente dicha. Recomiendo, pues, difundirlos y valerse de ellos para dar nuevo vigor, sobre todo entre los jóvenes, a la vida cristiana y a la evangelización, en una visión plural de los modos de asociarse y de expresarse» (n. 72).

Para mí, personalmente, fue un evento maravilloso la primera vez que entré en contacto más estrechamente -a los inicios de los años setenta- con movimientos como los Neocatecumenales, Comunión y Liberación, los Focolarini, experimentando el empuje y el entusiasmo con que ellos vivían su fe, y que por la alegría de esta fe sentían la necesidad de comunicar a otros el don que habían recibido. En ese entonces, Karl Rahner y otros solían hablar de «invierno» en la Iglesia; en realidad parecía que, después de la gran floración del Concilio, hubiese penetrado hielo en lugar de primavera, fatiga en lugar de nuevo dinamismo. Entonces parecía estar en cualquier otra parte el dinamismo; allá donde -con las propias fuerza y sin molestar a Dios- se afanaban para dar vida al mejor de los mundos futuros. Que un mundo sin Dios no pueda ser bueno, menos aún el mejor, era evidente para cualquiera que no estuviese ciego. Pero, ¿Dios dónde estaba? ¿Y la Iglesia, después de tantas discusiones y fatigas en la búsqueda de nuevas estructuras, no estaba de hecho extenuada y apocada? La expresión rahneriana era plenamente comprensible, expresaba una experiencia que hacíamos todos. Pero he aquí, de pronto, algo que nadie había planeado. He aquí que el Espíritu Santo, por así decirlo, había pedido de nuevo la palabra. Y en hombres jóvenes y en mujeres jóvenes renacía la fe, sin «si» ni «pero», sin subterfugios ni escapatorias, vivida en su integridad como don, como un regalo precioso que ayuda a vivir. No faltaron ciertamente aquellos que se sintieron importunados en sus debates intelectuales, en sus modelos de una Iglesia completamente diversa, construida sobre el escritorio, según la propia imagen. ¿Y cómo podía ser de otro modo? Donde irrumpe el Espíritu Santo siempre desordena los proyectos de los hombres. Pero había y hay aún dificultades más serias. Aquellos movimientos, efectivamente, padecieron -por así decirlo- enfermedades de la primera edad. Se les había concedido acoger la fuerza del Espíritu, el cual, sin embargo, actúa a través de hombres y no los libra por encanto de sus debilidades. Había propensión al exclusivismo, a visiones unilaterales, de donde provino la dificultad para integrarse en las iglesias locales. Desde el propio empuje juvenil, aquellos chicos y chicas tenían la convicción de que la iglesia local debería elevarse, por así decir, a su modelo y nivel, y no viceversa, que les correspondiese a ellos dejarse engastar en un conjunto que tal vez estaba de verdad lleno de incrustaciones. Se tuvieron fricciones, de las cuales, en modos diversos, fueron responsables ambas partes. Se hizo necesario reflexionar sobre cómo las dos realidades -la nueva floración eclesial originada por situaciones nuevas y las estructuras preexistentes de la vida eclesial, es decir, la parroquia y la diócesis- podían relacionarse de forma justa. Aquí se trata, en gran medida, de cuestiones más bien prácticas, que no deben ser llevada demasiado alto en los cielos de lo teórico. Mas, por otro lado, está en juego un fenómeno que se presenta periódicamente, de diversas formas, en la historia de la Iglesia. Existe la permanente forma fundamental de la vida eclesial en la que se expresa la continuidad de los ordenamientos históricos de la Iglesia. Y se tienen siempre nuevas irrupciones del Espíritu Santo, que vuelven siempre viva y nueva la estructura de la Iglesia. Pero casi nunca esta renovación se encuentra del todo inmune de sufrimientos y fricciones. Por lo tanto, no se nos puede eximir de la obligación de dilucidar cómo se pueda individuar correctamente la colocación teológica de los «movimientos» en la continuidad de los ordenamientoseclesiales.

viernes, 23 de enero de 2009

Santo Tomás de Aquino - P. Leonardo Castellani


Santo Tomás de Aquino
P. Leonardo Castellani


Presentamos aquí el "anteprólogo" escrito por el R. P. Leonardo Castellani S.J. a su versión castellana de la "Summa Teológica" de Santo Tomás de Aquino, editada por el Club de Lectores en Buenos Aires allá por 1944. En estas líneas está pintado de cuerpo entero, no sólo el Angélico, que es su tema, sino también Castellani, que es su autor, con su incomparable y genial estilo, en estas páginas que a nuestro modesto juicio están entre las más hermosas que se han escrito sobre Santo Tomás. Y además, con la particularidad de haber firmado este texto en nuestra ciudad de Mar del Plata, Argentina.


Anteprólogo [1]


I. Razón de este trabajo

Viajando por nuestro país nombré una vez a Tomás de Aquino; y un compañero de tren me preguntó con toda seriedad si ese Aquino era de Corrientes. Porque, en efecto, Aquino es apellido correntino.

Se podía responder que no con una sonrisa. Pero también se puede responder con más profundidad aunque con menos sencillez: "Si señor, Tomás de Aquino es de Corrientes. No está en las listas del Senador Vidal. Pero fue uno de los maestros de San Martín y del Sargento Cabral".

Tomás de Aquino es de toda la Cristiandad entera, aun en sus rincones mesopotámicos, y sobre todo de esta cristiandad latina a que tenemos el honor y el riesgo de pertenecer. El Senador Vidal, como todo correntino, debe tener mucho de tomista sin saberlo, porque nadie puede sustraerse a una tradición secular. A través de la Orden de Predicadores, de las otras órdenes religiosas, de la Jerarquía católica, del clero secular y de los conquistadores, la Suma Teológica del Aquinense se instiló en el Nuevo Continente inspirando costumbres, leyes, actos de gobierno, hábitos mentales y maneras de hablar. "Es increíble la cantidad de latín que hay incluso en el lunfardo de un reo de la Boca y en la lengua turfística de un sportsman de Palermo" —ha dicho Eugenio D’Ors ("El Debate", Madrid, 20 de junio de 1934).

Esa lengua latina que impregna como un mantillo húmedo las raíces de nuestro romance castellano —y sin cuyo conocimiento al menos en las élites intelectuales nuestra lengua degenera necesariamente— fue rechazada de la enseñanza por los hombres del 84 sin que se pueda asignar para ese fenómeno hoy día ninguna razón perceptible; puesto que en esto no imitaron según su costumbre, ni a Francia ni a los Estados Unidos. De modo que la "Summa" del de Aquino, que está más honda en nuestra nacionalidad que los mismos Aquinos de Corrientes, fue sustraída en su texto original hace 60 años a la incipiente alta cultura argentina. ¡Y así le ha ido a ella desde entonces! Y ahora hay que traducirla como se pueda a la lengua vulgar. Paciencia. No hay mal que por bien no venga. Puede ser que sirva como instrumento de comunicación hispano-americana.

jueves, 22 de enero de 2009

¿Todo está en la Biblia? ¿Es suficiente la Biblia en cuestiones de fe? - Anwar Tapias Lakatt

¿Todo está en la Biblia?
¿Es suficiente la Biblia en cuestiones de fe?

Anwar Tapias Lakatt
(Colombia)


Yo pienso que lo más preocupante en la separación doctrinal entre católicos y protestantes se encuentra en la pregunta del título: ¿Todo estará en la Biblia? A esta pregunta, los protestantes responden que sí, usando la misma Biblia que usamos los católicos para decir que no. ¿Por qué hay una gran diferencia en una pregunta tan sencilla?

Para entender esto, lo importante es analizar lo siguiente: Los protestantes dicen que todo está en la Biblia. De ser así, la Biblia debería decirlo y autoresponder cuestiones que están contenidas en ella. Si es como decimos los católicos: que no todo está allí; la misma Biblia debería decirlo, y saber que otra cosa hay aparte de la Biblia.


Argumentos protestantes

Ø Sólo la Biblia contiene la verdad de Dios
Ø Todo está en la Biblia para ser salvo

¿En que se basan para decir esto? Obviamente, que cuando le pregunto a un protestante sobre la doctrina de “La Sola Biblia” me responden con citas que “supuestamente” argumentan esto.

Antes que nada quiero dejar claro que los católicos SI CREEMOS en la Biblia, y sabemos que es inspirada por Dios; porque a veces nos recriminan como si dudáramos de su inspiración.

El himno nacional de los protestantes para argüir sobre la sola Biblia es esta:

Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redarguir, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda obra buena” (II-Tim 3, 16-17) Versión Valera 1960.

Analicemos esta cita por partes.

La primera parte dice: toda la Escritura es inspirada por Dios. Es triste que un protestante diga que la Biblia sea la Palabra de Dios basándose en ella misma; si vemos el Corán, también dice que es palabra de Dios, y sin embargo un protestante no seguirá a Alá por eso. Los católicos creemos que la Biblia es Palabra de Dios porque sabemos por la historia que Jesús fundó una Iglesia visible, y que está Iglesia determinó qué libros debían considerarse como Palabra de Dios y cuáles no, y esto lo corroboramos con lo que ella dice, no como hacen los protestantes, que como la Biblia dice entonces ellos creen. Lo importante de esta parte de la cita es que se le da la autoría de la Biblia a Dios; no dice nada sobre que esta Palabra sea la única regla de fe y contenga todo. Lo segundo mostrado es que: es útil para varias cosas. El pasaje no dice que SOLO la Escritura es útil para...., que tal vez sí nos haría pensar que en ella está todo. Un evangélico convertido al catolicismo, James Akin, escribía una reflexión sobre este pasaje, comparándolo con un martillo. Él decía: un martillo es útil para poner clavos pero no quiere decir que todos los clavos deban ser puestos por martillos. Con la Palabra es igual. Es útil para varias cosas pero no quiere decir que todas las cosas deben saberse por la Biblia.

La Palabra es una excelente herramienta dada por Dios al hombre para que lo conozcamos mejor, pero hay que darle su correcta interpretación. Con respecto a esto, cito al Cardenal John Newman, un sacerdote que había sido anglicano y que se convirtió al catolicismo a finales del siglo XIX. El nos llevaba a reflexionar todo el pasaje de Timoteo, no sólo los versos 16-17. Pablo le dice a Timoteo:

Pero persiste tú en lo que has aprendido y te persuadiste, sabiendo de quien has aprendido; y que desde la niñez has sabido las Sagradas Escrituras, las cuales te pueden hacer sabio para la salvación por la fe en Cristo Jesús” (II Tim 3, 14-15).

Entremos en historia: Timoteo fue Obispo de Efeso muy joven. ¿Qué Escrituras habrá conocido de niño? De seguro que sólo fueron las del Antiguo Testamento, pues a la edad de Timoteo no existía Nuevo Testamento. Entonces, bajo la mentalidad protestante de querer demostrar con esta cita que todo está en la Biblia, dejaríamos por fuera los Evangelios, las Cartas o el Apocalipsis pues esto se consideró como parte de la Biblia mucho después. Obviamente, al ver esto un protestante, tiene que sacudir su cabeza y reflexionar; esta cita no abarca la totalidad de sus 66 libros como prueba que sea lo único necesario como regla de fe. De esta manera el Cardenal Newman nos hacia ver que este texto de Timoteo no logra asegurar que las Escrituras sean lo único necesario como regla de fe.

Otro texto usado por los protestantes para demostrar la suficiencia de la Biblia es:

Hizo además Jesús muchas otras señales en presencia de sus discípulos, las cuales no están escritas en este libro. Pero estas se han escrito para que creais que Jesús es el Cristo, y para que creyendo, tengais vida en su nombre” (Jn 20, 30-31).

Los protestantes dan a entender, que aunque Jesús hizo muchas cosas, solo las que están en la Biblia son necesarias. Esto es completamente falso. De entrada, nos estaríamos refiriendo sólo al evangelio de Juan; dejaríamos por fuera cosas como el Padre Nuestro (Mateo y Lucas), la infancia de Jesús (Mateo y Lucas), La Ultima Cena con pan y vino (Mateo, Marcos y Lucas), etc. Este texto no está indicando que lo que esté allí nos sirva para hacer tratados doctrinales sobre religión, sino solamente mostrarles a los judíos que Jesús es el Mesías; y saber esto no nos dará la salvación, pues hasta los demonios saben que Jesús es el Mesías (Mc 5).

Si analizamos, las otras cosas que hizo Jesús y no están en la Biblia, la enseñaban los Apóstoles oralmente en sus predicaciones. ¿Acaso esto no era importante para las primeras comunidades cristianas? ¿O cuando se escribieron estos libros despreciaron la enseñanza por la lectura? ¿Y si leían estos textos, no eran los apóstoles quienes la explicaban?

Un texto más, que usan poco pero lo he oído:

Escudriñad las Escrituras, porque a vosotros parece que en ellas tenéis la vida eterna; y ellas son las que dan testimonio de mí” (Jn 5, 39). Como muy bien dice el texto, son los judíos y NO JESUS, quienes creen que en la Biblia encontrarán la vida eterna. Jesús se adapta a la mentalidad de su pueblo; no busca escandalizarlo sino hacerle ver las cosas. Jesús sabe que los judíos creen encontrar la vida eterna en el Antiguo testamento, y por eso los invita a que vean que aun en esas Escrituras se da testimonio de que Él es el Mesías. Nuevamente, si somos literales como los protestantes, dejaríamos por fuera el Nuevo Testamento. Y así, cualquier cita que quieran buscar para justificar a Lutero será un cuchillo contra ellos mismos, pues nunca se referirá al total de la Biblia completa.

La Escritura usa en muchos pasajes la palabra “Evangelio”; nosotros lo entendemos como si se refiriera a uno de los cuatro que están en la Biblia, pero la verdad es que se refiere a TODO el mensaje de Jesús que era predicado por los apóstoles. Pablo nos lo ilustra muy bien en su carta a los Gálatas:

Les recordaré, hermanos, que el Evangelio con el que los he evangelizado no es doctrina de hombres” (Gal 1, 11). Al Evangelio (hablando en singular) que Pablo se refiere no es otro que el mensaje que recibió del Señor. Además, Pablo nos confirma que sus cartas no contienen las verdades únicas; muy claro dice que ya los ha evangelizado antes (debió ser oralmente), y ahora en la Escritura sólo se los RECUERDA, no dice que los evangelice con la carta. Que los protestantes se detengan aquí y analicen bien esto.

Leyendo un texto como (Col 3, 16) que habla de la Palabra de Cristo, nos hace pensar que si hasta entonces no había evangelios, esa Palabra era la tradición transmitida de generación en generación.

Cuando surgió la película Estigma, se rodó un mensaje que la Iglesia tenía libros ocultos como el Evangelio de Tomás; esto sólo hizo darle rating a la película, nada mas. La verdad es que estos libros se venden en cualquier librería católica, y hasta yo los leí cuando estudiaba en la Universidad. Pero surge una pregunta: ¿Por qué no fueron reconocidos como parte del Nuevo Testamento? Cuando en el siglo II se intentó mostrar que la revelación de Dios se seguía dando después del Apocalipsis, surgieron libros como: el evangelio de Pedro, de Tomas, el protoevangelio de Santiago, etc. Estos libros no fueron acogidos por la Iglesia. ¿Si hasta ese momento no había un Nuevo Testamento, como supieron que no debían considerarse estos libros? ¿Dónde estaba la Biblia como regla de fe para excluirlos? Fue la Iglesia con la autoridad que tenía de Cristo de atar y desatar la que determinó que estos libros no iban de acuerdo con LA ENSEÑANZA de los apóstoles, o sea, con la Iglesia en ese momento; no dijeron que iba contra la Escritura de ese momento. Analicen el por qué la Iglesia tenía autoridad para ordenar la Biblia.


Lo que dice la Biblia

Una vez que ya hemos hecho ver que las citas que les enseñan a los protestantes para encerrarlos en la “sola Biblia” están mal interpretadas, entremos a mirar como la Biblia expresa que lo escrito no es lo único.

Comencemos en la época apostólica. Sabemos que Pablo fue el primero en escribir, y sabemos que en su carta a los Corintios habla de la Última Cena. ¿Cómo aprendió de esto, si él no estuvo ahí? De seguro no lo leyó en ninguna parte, pues hasta ese entonces no existía ningún libro del Nuevo testamento. Alguna predicación de los apóstoles fue lo que lo llevó a aprender este misterio. Quiere decir que la enseñanza oral era la que primaba en las primeras comunidades cristianas.

San Juan en su segunda Carta expresa:

Tengo muchas otras cosas que escribiros pero no he querido hacerlo por medio de tinta y papel, pues espero ir a vosotros y hablar cara a cara, para que nuestro gozo sea cumplido” (2 Jn 1, 12). Juan no está diciendo que quiere ir a explicarles la carta; para él es más importante la enseñanza que les pueda dar oralmente que lo que ellos lean de sus cartas. Juan sabe que al ir a predicarles oralmente, el gozo del pueblo será completo. Además, Jesús los mandó fue a predicar no a escribir (Mt 28, 20), de aquí que sólo cinco discípulos se decidieran a escribir: Pedro, Juan, Santiago el menor, Judas y Mateo, mientras que TODOS los doce predicaban sin papel.

La razón por la que se empezaron a escribir las Cartas fue por la imposibilidad de los Apóstoles, de llegar a todos los pueblos. Ante esta situación, las cartas se usaban para hacerles algunas recomendaciones y exhortaciones PERO NUNCA REEMPLAZARON la enseñanza oral. Si leemos las Cartas, hay muchas cosas que las comunidades deben saber para que los autores sólo les hagan recomendaciones sobre esto. Ellos no extienden sus cartas a enseñarles cosas nuevas.

Ø En la carta a los Corintios, Pablo no les enseña como hacer la fracción del pan, mas bien los regaña por la forma de celebrarla. (1 Cor 11)
Ø En la carta a los Hebreos, no les repite las primeras enseñanzas sobre Cristo; las da por sabidas (Heb 6, 1-3)

Si leemos la Carta a los Gálatas dice:

Quisiera estar con vosotros ahora mismo y cambiar de tono, pues estoy perplejo en cuanto a vosotros” (Gal 4, 20). Pablo es consciente de que un pueblo debe estar escuchando la predicación adecuada para cada circunstancia. Por eso se menciona “cambiar de tono”. Con la simple Escritura esto no era posible, y por esa razón Pablo desearía ir a Galacia para hacerles ver las cosas con un tono de voz apropiado. Si por ejemplo, alguien le dejara una nota a otra persona sobre algo; el que llega no sabrá mejor en que tono le dijo que si la otra persona se lo hubiera dicho personalmente; mas cuando se trata de llevar el Evangelio de Cristo.

Nos puede quedar claro como la misma Escritura no busca ser autosuficiente, sino una herramienta mas de Dios para comunicarse al hombre. No es que esté por debajo de la predicación apostólica pero si está sujeta a esta.


En la Biblia falta algo importante...

Comencemos con una pregunta sencilla: ¿Si todo está en la Biblia, en qué cita se menciona que el Nuevo Testamento deba contener 27 libros y cuales sean estos libros? Ningún protestante la encontrará. ¿Quién decidió esto? Por lo general, los protestantes se hacen los distraídos con esto. Y lo digo porque les he hecho esta pregunta y la respuesta más normal es: “lo reveló el Señor por el Espíritu Santo”. Ahh, eso lo reveló el Espíritu, pero cuando nosotros hablamos de lo que la Iglesia enseña y no está en la Biblia, y decimos que lo reveló el Espíritu, eso no. Un cristiano no se acomoda al árbol que dé mas sombra.

¿Qué decimos los católicos?

Decimos que existe una sola Revelación dada por el Espíritu Santo; y que esta revelación está contenida en la Sagrada Escritura y en la Sagrada Tradición. Ambas proceden de la misma fuente sólo difiere la forma en que se manifiesta.

Entonces, vemos que para los católicos existe algo aparte de la Biblia: La Tradición.

Con respecto a la Tradición, los protestantes han buscado hacerla ver como cosa de hombres y no como revelación de Dios. Primero mostraré las citas que ellos usan para atacar la Tradición: Cabe decir antes que para ellos, en cualquier cita que aparezca la palabra “tradición” ya se refiere a lo que decimos los católicos, pero esto es falso.

Así habeis invalidado el mandamiento de Dios por vuestra tradición” (Mt 15, 6) En este pasaje, Jesús condena a los fariseos porque dan mas importancia a una tradición judía como “lavarse las manos” que cumplir el mandato de Dios. Este pasaje no va contra la Sagrada Tradición que enseña la Iglesia, ya que esta Tradición está basada en la enseñanza de Jesús que se transmitió oralmente, no sobre tradiciones judías. De todos modos analicemos algo: la palabra griega para “tradición” se traduce como paradosis. Y es la misma palabra usada en Tesalonicenses:

Así, que hermanos, estad firmes y retened la doctrina que habeis aprendido, sea por palabra, o por carta nuestra” (2 Tes 2, 15).

Lo raro es que los evangélicos, hayan puesto esta palabra y la hayan traducido por “doctrina”, que tiene otra palabra en griego, didaskaleo. De todos modos, se pudiera usar doctrina o tradición pero ¿Por qué cuando se refiere a los hombres colocan “tradición”, y cuando se refiere a la enseñanza apostólica usan “doctrina”? Esto suena raro, ¿por qué no dejar en ambos casos “tradición” si así va mas acorde al texto griego? Esto es lo que los seguidores protestantes no saben sobre como sus líderes juegan con la Biblia, haciendo creer que los Testigos de Jehová son los únicos que la alteran. De todos modos, la cita anterior nos hace ver que los mismos apóstoles apoyaban cualquiera de las dos formas de enseñanza: oral y escrita.

Otro pasaje alterado es 1 Cor 11, 2 cambian la palabra tradiciones por “instrucciones” que tiene otro significado en griego paideia¸ nunca paradosis. Es triste ver a un protestante vanagloriarse de la “sola Biblia” siendo que hasta eso lo tiene alterado. (Si los protestantes no llegan a creer lo anterior pueden corroborarlo en una traducción interlineal español – griego editada por eruditos serios.)

Otra cita usada por los protestantes es:

Mirad que nadie os engañe por medio de filosofías y huecas sutilezas, según las tradiciones de los hombres” (Col 2, 8). Nuevamente esta cita es usada sólo porque aparece la palabra “tradiciones”. Si entendemos el por qué de la carta a los Colosenses podremos ver que este pueblo estaba siendo invadido por nuevas ideologías que no correspondían con la enseñanza apostólica, y por tal motivo, Pablo los advierte que no se dejen llevar por esto. Estas corrientes iban contra lo que ORALMENTE enseñaban los apóstoles, no iba contra la Escritura. ¿Cómo entender que esto no es lo que la Iglesia llama Tradición?

San Pablo mismo nos responderá esta pregunta en su carta a Timoteo:

Lo que haz oído de mí ante muchos testigos, esto encarga a hombres fieles que sean idóneos para enseñar también a otros.” (2 Tim 2, 2). Si leemos bien, aquí se mencionan cuatro generaciones consecutivas: 1 (Pablo), 2 (Timoteo), 3 (Hombres escogidos por Timoteo) y 4 (Estos hombres enseñen a otros). Esto es lo que la Iglesia católica llama Sagrada Tradición: la enseñanza de los apóstoles que se transmite de generación en generación bajo el sello del Espíritu Santo; esta enseñanza no está literal en la Biblia, pero si se soporta en ella y nunca la contradice. Podrían refutar ¿Cómo saber que esta enseñanza se ha mantenido sin intromisión humana? Partamos de la base: Jesús. Nadie pone por duda que lo que enseñó Jesús a sus apóstoles fuera diferente a lo que ellos predicaban. ¿Cómo pudieron ellos entender estas cosas?

Muchas veces a los apóstoles se les hacia difícil entender el mensaje de Jesús (Mt 15, 16; 16, 9;) pero llega un momento en que ellos podrán entender TODO:

Entonces les abrió el entendimiento, para que comprendiesen las Sagradas Escrituras” (Lc 24, 45). Desde este instante, los apóstoles entenderían todos los misterios contenidos en el Antiguo testamento, y así mismo PODRÍAN DISCERNIR qué libros debería contener el Nuevo Testamento.

¿Quedo solo para ellos este conocimiento? No, Jesús les dijo que les enviaría al Espíritu Santo:

Pero cuando venga el Espíritu de verdad, el os guiará a toda verdad... y os hará saber las cosas que han de venir” (Jn 16, 13). O sea que el Espíritu enseñaría cosas nuevas. Esta presencia trascendería la muerte de los apóstoles, por eso ellos transmitieron su conocimiento a una nueva generación bajo la acción del Espíritu.

El libro de los Hechos nos muestra como fueron escogidos los siete diáconos:

Buscad, pues hermanos, de entre vosotros a siete varones de buen testimonio, llenos del Espíritu Santo” (Hch 6, 3). Mas adelante se verá que este servicio se otorgaba imponiéndoles las manos a los diáconos (Hch 6, 6) ¿Qué se lograba con esto? Se lograba que la enseñanza no se perdiera sino que fuera testificada por el Espíritu, igual que le sucedió a Timoteo en (1 Tim 4, 14). Si seguimos leyendo los Hechos, veremos que estos diáconos poseían la sabiduría para conocer los misterios del Antiguo testamento. Por ejemplo, Esteban (Hch 7), Felipe (Hch 8, 26-39) siendo simples diáconos tenían la misma sabiduría que los apóstoles. Esto no se puede explicar por otra razón que la acción del Espíritu Santo por mantener la unidad de la Iglesia en una sola fe. Ellos no leyeron las Escrituras como única forma de hallar vida eterna. Fue la Tradición de la Iglesia la que los llevó a profesar su fe, fe que siempre estuvo acorde con las Escrituras de hasta entonces.

Tratar de entender la Escritura sin la Tradición llevó a que se gestaran muchas herejías como las de Arrio. El pensaba que Jesús si era hijo de Dios pero que hacia referencia solo al lenguaje; pero interpretando a su modo el pasaje de Col 1, 15 llegó a decir que Cristo era una creación de Dios, lo que iba en contra de lo que la Iglesia Católica enseñaba sobre la Divinidad de Cristo. Esta es una muestra de que sólo los delegados por Cristo pueden interpretar correctamente la Palabra de Dios, pues ellos fueron los depositarios de la fe. Pablo le dice a Timoteo al respecto:

Guarda el mandato, presérvalo de todo lo que lo pueda manchar o adulterar hasta la venida gloriosa de Cristo Jesús Señor nuestro.” (1 Tim 6, 14). Esto es lo que ha hecho el Magisterio de la Iglesia: tratar de preservar el mensaje de Cristo tal cual como Él lo predicó, por eso yo reto a que busquen en todos los dos mil años de la Iglesia a ver si encuentran con fundamento un cambio de doctrinas sobre algún punto.

El impacto que tiene en la inteligencia de un protestante esta doctrina de la “Sola Biblia” los lleva a querer justificar todo allí, pero no son coherentes. Hay una pregunta que les hago para analizar este fenómeno: ¿Crees en el purgatorio? No, claro que no, eso no está en la Biblia. Ante esta respuesta les vuelvo a preguntar: ¿Qué no está? ¿La palabra purgatorio o lo que significa? Muchos callan porque ni siquiera saben lo que es el purgatorio realmente, no lo sabían cuando “supuestamente” eran católicos, menos ahora. Por lo general los protestantes tiene distorsionadas nuestras doctrinas, razón por la cual se hacen reacios a entenderlas. De todos modos, la palabra purgatorio no aparece en la Biblia pero su contenido está implícitamente. Yo les vuelvo a preguntar a los protestantes: ¿Por qué crees en la Trinidad si no aparece en la Biblia? Ellos me dicen: ¡Claro que está, está implícita! Yo les respondo: el purgatorio también está implícito aunque no aparezca la palabra. Ellos callan y se van. Realmente no entiendo por qué un cuestionamiento como este no les hace sacudirse y quitarse la venda que le ponen en su Iglesia, tienen la verdad a medias, y mal interpretada.

De todos modos reflexionemos algo. Mientras se dejó que la Sagrada Tradición imperara como regla de fe junto a la Sagrada Escritura durante quince siglos, no hubo debilitamiento dentro de la unidad de la fe. Apenas a Martín Lutero se le ocurre, para justificar sus doctrinas, renunciar a la Tradición de la Iglesia, para quedarse sólo con la Biblia, han surgido miles de sectas diferentes bajo la denominación protestante: Luteranos, Calvinistas, Pentecostales, Evangélicos, Testigos de Jehová, Mormones, Adventistas, la Iglesia de Moon, etc., y no terminaría de contarlos; todos ellos creyéndose como únicos dueños de la verdad. Si hacemos un examen sobre las ventajas que ha tenido inventar esta doctrina hace seis siglos, veremos que es lo peor que le ha pasado al Cristianismo: es una muestra de que era doctrinas de hombres. La Tradición, aunque ha sido mantenido por hombres, los sucesores de Pedro en la silla apostólica, no ha tenido nunca errores doctrinales. Jesucristo preservó a Pedro de su fe, dando a entender que con respecto a doctrina siempre tendría la verdad, pero no lo hizo con respecto a su comportamiento humano; la prueba es que negó a Jesús, dio mal ejemplo cuando Pablo lo regaña, pues su comportamiento no iba de acuerdo a sus enseñanzas. Así, aunque muchos argumenten contra Papas y cosas que han hecho, estos actos son erróneos en su comportamiento, mas nunca en puntos doctrinales. De todos modos, la verdad es una: no todo está en la Biblia; Dios se nos manifestó en la Escritura y la Tradición, en lo que se escribió y lo que se predicó.


ANWAR TAPIAS LAKATT


Fuente: http://www.apologetica.org/



miércoles, 21 de enero de 2009

Claves para Entender el Error Progresista [II] - P. Julio Meinvielle


Claves para Entender el Error Progresista [II]
Pbro. Dr. Julio Menvielle [6]
(Segunda Parte)


La Realeza de Cristo y el Momento Actual [7]

Nuestro tema es "La realeza de Cristo y el momento actual", tema que nos obliga a tomar partida de esa verdad que es la realeza de Cristo.

Ustedes saben que la fiesta de la realeza de Cristo fue instituida por Pío XI allá por el año 1925, y el documento que publicó entonces sobre esta fiesta, la encíclica "Quas Primas" [8], comenzaba en esta forma:

«En la primera encíclica que dirigimos una vez ascendidos al Pontificado, a todos los Obispos del Orbe católico, mientras indagábamos las causas principales de las calamidades que oprimían y angustiaban al género humano, recordamos haber dicho claramente que tan grande inundación de males se extendía por todo el mundo, porque la mayor parte de los hombres se habían alejado de Cristo y de su santa ley en la práctica de su vida, en la familia y en las cosas públicas; y que no podía haber esperanza cierta de paz duradera entre los pueblos, mientras los individuos y las naciones negasen y renegasen el imperio de Cristo Salvador».


Claves para Entender el Error Progresista [I] - P. Julio Meinvielle


Claves para Entender el Error Progresista [I]
Pbro. Dr. Julio Meinvielle
(Primera Parte)


Transcribimos dos puntos tratados en el libro «Un Progresismo Vergonzante» [1] donde el Padre Meinvielle nos muestra cuales son los errores fundamentales de esta tendencia que ha enfermado a muchos.


Algunos Errores y Desviaciones del Progresismo Cristiano

 Es muy difícil caracterizar con precisión los errores y desviaciones en que incurre el progresismo cristiano en casi todos los aspectos de la doctrina y de la vida religiosa. Algunos mantienen algún error o desviación y otros, otras. La enumeración que vamos a realizar, ni es exhaustiva ni es formulada por todos los que se dicen progresistas.

En primer lugar, hay en los progresistas, sobre todo seminaristas y sacerdotes, un desprecio bien marcado de la filosofía y de la teología de Santo Tomas; sabido es que para la Iglesia, Santo Tomas de Aquino es el primer Doctor que ha logrado una síntesis hasta ahora insuperable de las enseñanzas cristianas y las ha expuesto en un cuerpo de doctrina que forman toda una arquitectura. Pues bien, los clérigos progresistas desprecian la filosofía y teología tomista, arguyendo que toda ella esta en dependencia de una ciencia arcaica y superada ya definitivamente. Luego, así como esa ciencia ha caducado, también caduca la metafísica y la teología de Santo Tomas. No es difícil advertir el error de estos clérigos progresistas. La metafísica y la teología son independientes de la ciencia experimental que poseía Santo Tomas; lo importante en aquella metafísica y en aquella teología, es la formulación de los primeros principios de la realidad y del ser. Rechazar a Santo Tomas, es rechazar la filosofía del ser, y caer por lo mismo en una filosofía de la idea, de la vida, del devenir, de la existencia. Por ese camino se hace imposible alcanzar el ser y por lo mismo, poner en contacto racional al hombre con Dios, su Creador. Por ese camino el hombre cierra el camino de su inteligencia hacia Dios y se hace incapaz de levantar una teología que respete los fundamentos naturales y racionales, sobre los cuales se ha de apoyar luego la Revelación y la teología.

En los progresistas, de que estamos hablando, hay una tendencia a revisar todos los tratados de la teología escolástica y tomista, con el pretexto de que se debe tomar contacto con las fuentes, a saber, con la Biblia y la enseñanza de los Padres. Esta tendencia puede ser buena si no se niega el progreso legitimo que se ha operado con las grandes disquisiciones y tratados de los doctores posteriores, pero los progresistas desprecian estos estudios y tratados; quieren volver a una teología puramente bíblica y patrística.


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