martes, 2 de diciembre de 2008

Afectividad y Eucaristía - Fray Timothy Radcliffe, OP

Afectividad y Eucaristía
Fray Timothy Radcliffe, OP


Conferencia pronunciada en las XXXIV Jornadas Nacionales de Pastoral Juvenil y Vocacional organizadas por la CONFER. Para comprender la gravedad de todo lo que está en juego en la enseñanza de este sacerdote, por favor leer el artículo de Mª Virginia Olivera de Gristelli titulado "P. Timothy Radcliffe: apología de la homosexualidad desde la Eucaristía":

No estoy seguro del significado exacto de la palabra "afectividad" en español. En inglés "affectivity" implica no sólo la capacidad de amar, sino también nuestra forma de amar como seres sexuales, dotados de emociones, cuerpo y pasiones. En el cristianismo hablamos mucho sobre el amor, pero tenemos que amar como las personas que somos, sexuales, llenos de deseos, de fuertes emociones y de la necesidad de tocar y estar cerca del otro.

Es extraño que no se nos dé bien hablar de esto, porque el cristianismo es la más corporal de las religiones. Creemos que Dios creó estos cuerpos y dijo que eran muy buenos. Dios se hizo corporal en medio de nosotros, un ser humano como nosotros. Jesús nos dio el sacramento de su cuerpo y prometió la resurrección de nuestros cuerpos. Así pues deberíamos sentirnos en casa en nuestra naturaleza corporal, apasionada… ¡y cómodos al hablar de afectividad! Pero a menudo cuando la Iglesia habla de esto, la gente no queda convencida. ¡No tenemos demasiada autoridad cuando hablamos de sexo! Quizás Dios se encarnó en Jesucristo pero nosotros todavía estamos aprendiendo a encarnarnos en nuestros propios cuerpos. ¡Tenemos que bajar de las nubes!

En una ocasión en que San Juan Crisóstomo estaba predicando sobre sexo notó que algunos se estaban ruborizando y se indignó: "¿Por qué os avergonzáis? ¿Es que esto no es puro? Os estáis comportando como herejes" [1]. Pensar que el sexo es repulsivo es un fracaso de la auténtica castidad y, según nada menos que Santo Tomás de Aquino, ¡un defecto moral! (II, II, 142.1) Tenemos que aprender a amar como los seres sexuales y apasionados -a veces un poco desordenados- que somos, o no tendremos nada que decir sobre Dios, que es amor.

Quiero hablar de la Última Cena y la sexualidad. Puede que suene un poco extraño, pero pensad en ello un momento. Las palabras centrales de la Última Cena fueron "Este es mi cuerpo y os lo doy". La eucaristía, como el sexo, se centra en el don del cuerpo. ¿Os habéis dado cuenta de que la primera carta de San Pablo a los corintios se mueve entre dos temas: la sexualidad y la eucaristía? Y es así porque Pablo sabe que necesitamos entender la una a la luz de la otra. Comprendemos la eucaristía a la luz de la sexualidad, y la sexualidad a la luz de la eucaristía.

Para nuestra sociedad es muy difícil entender esto porque tendemos a ver nuestros cuerpos simplemente como objetos que nos pertenecen. El otro día vi un libro sobre el cuerpo humano que se titulaba: "Hombre: todos los modelos, formas, tamaños y colores. Manual de usuario Haynes para propietarios" (Haynes es la imprenta de una serie de manuales de todas las marcas de coches). Era el tipo de manual del propietario que te dan con un coche o una lavadora. Si piensas en tu cuerpo de esa manera, como algo más bien importante que posees junto con otras cosas, entonces los actos sexuales no son especialmente significativos. Puedo hacer lo que me parezca con mis cosas en tanto en cuanto no haga daño a nadie. Puedo usar mi lavadora para mezclar pintura o hacer pasteles. Es mía. Y según esto ¿por qué no puedo hacer lo que yo quiera con mi cuerpo? Esta es nuestra forma natural de pensar porque a partir del siglo XVII hemos absolutizado bastante los derechos de los propietarios. Ser humano es poseer.

lunes, 1 de diciembre de 2008

Los Movimientos Eclesiales, Respuesta del Espíritu Santo a los Desafíos de la Evangelización, Hoy - Mons. Stanislaw Rylko


Los Movimientos Eclesiales, 
Respuesta del Espíritu Santo a los Desafíos de la Evangelización, Hoy
Mons. Stanislaw Rylko


Intervención pronunciada por el Arzobispo Stanislaw Rylko, Presidente del Consejo Pontificio para los Laicos, el 9 de marzo del 2006, al inaugurar el Primer Congreso de Movimientos Eclesiales y de las Nuevas Comunidades de América Latina.


1. El mayor desafío lanzado a la Iglesia, a principios de este milenio, es la tarea que le ha sido confiada desde siempre: la evangelización. En toda época, y por tanto en la nuestra, la Iglesia está llamada a acoger nuevamente el mandato misionero de Cristo resucitado: «Poneos, pues en camino, haced discípulos a todos los pueblos y bautizadlos para consagrarlos al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, enseñándoles a poner por obra todo lo que os he mandado» (Mt 28, 19-20) Para Mateo, hacerse «discípulos» y hacerse «cristianos» significa lo mismo [1]. «Hacer discípulos» es el núcleo de la vocación de la Iglesia y de su misión en todos los tiempos. La Iglesia fundada por Cristo es enviada al mundo para evangelizar, vive permanentemente en estado de misión y tiene su razón de ser en la misión.

La evangelización del mundo actual - la nueva evangelización de la que tanto se habla y que tanto interesaba al Siervo de Dios Juan Pablo II - es una tarea en la cual la Iglesia pone muchas esperanzas; pero también tiene plena conciencia de los innumerables obstáculos que se presentan a su obra, tanto por los cambios extraordinarios que se han realizado en la vida de los individuos y en las sociedades, como, y sobre todo, por una cultura postmoderna en grave crisis. El creciente proceso de secularización y una auténtica «dictadura del relativismo» (Benedicto XVI) van generando en muchos de nuestros contemporáneos una tremenda carencia de valores, acompañada por un alegre nihilismo, y termina en una alarmante erosión de la fe, en una especie de «apostasía silenciosa» (Juan Pablo II), en un «extraño olvido de Dios» (Benedicto XVI). A esta situación, que se puede verificar tristemente en los países de antigua tradición cristiana, sirve de contra-altar, por decirlo así, un «boom religioso» ambivalente y ambiguo. El Papa habló de esto en Colonia, en el mes de agosto del año pasado, diciendo: «No quiero desacreditar todo lo que se sitúa en este contexto (...). Pero a menudo, la religión se convierte casi en un producto de consumo. Se escoge aquello que gusta, y algunos saben también sacarle provecho» [2] Piénsese en la invasión de las sectas, en la difusión de modos de vida y actitudes dictados por el New Age, en los fenómenos para-religiosos como el ocultismo y la magia. El mundo globalizado se ha vuelto, en verdad, una gigantesca tierra de misión. Como dice el Salmista con tonos dramáticos: «El Señor mira desde los cielos a los hombres para ver si queda alguien juicioso que busque a Dios» (Sal 14, 2). En nuestros días, es más urgente que nunca anunciar a Jesucristo en los grandes areópagos modernos de la cultura, de la ciencia, de la economía, de la política y de los mass-media. La mies evangélica es mucha y los obreros son pocos (cfr. Mt 9, 37). En este campo vital para la Iglesia es preciso, hoy, un viraje radical de las mentalidades, un auténtico, nuevo despertar de las conciencias de todos. Se necesitan nuevos métodos, nuevas expresiones y un nuevo coraje [3]. Al comenzar el tercer milenio, el Siervo de Dios Juan Pablo II exhortaba así a la Iglesia: «He repetido muchas veces en estos años la llamada a la nueva evangelización . La reitero ahora, sobre todo para indicar que hace falta reavivar en nosotros el impulso de los orígenes, dejándonos impregnar por el ardor de la predicación apostólica después de Pentecostés. Hemos de revivir en nosotros el sentimiento apremiante de Pablo, que exclamaba: "¡Ay de mí si no predicara el Evangelio!" (1Cor 9, 16)» [4]. Hablando a los Obispos alemanes en Colonia, el Papa Benedicto XVI pronunció al respecto unas palabras que dejan entrever un profundo anhelo apostólico: «Deberíamos reflexionar seriamente sobre el modo como podemos realizar hoy una verdadera evangelización, no sólo una nueva evangelización, sino con frecuencia una auténtica primera evangelización. Las personas no conocen a Dios, no conocen a Cristo. Existe un nuevo paganismo y no basta que tratemos de conservar a la comunidad creyente, aunque esto es muy importante (...). Creo que todos juntos debemos tratar de encontrar modos nuevos de llevar el Evangelio al mundo actual, anunciar de nuevo a Cristo y establecer la fe» [5]. Estas orientaciones de los dos Sumos Pontífices servirán para guiar nuestra reflexión por el hilo que une la evangelización del mundo actual a los movimientos eclesiales y a las nuevas comunidades.


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