miércoles, 17 de septiembre de 2008

La nueva imagen de Romano Guardini y su fecundidad para el momento actual - Alfonso López Quintás



La nueva imagen de Romano Guardini y su fecundidad para el momento actual [1]
Alfonso López Quintás


El Dr. López Quintás es catedrático de filosofía en la Univ. Complutense de Madrid


Para los jóvenes de los años 50 Romano Guardini fué un maestro inolvidable. Con su palabra cálida, bien ritmada y siempre incisiva nos introdujo a sus discípulos en el secreto de múltiples temas, tan sugestivos como importantes para nuestra vida: el sentido de las obras de arte, la hondura de la oración litúrgica, la eficacia pastoral de la oración popular, el atractivo misterioso de la figura de Jesús, el alcance de grandes figuras del pensamiento y la literatura (Sócrates, Platón, San Agustín, Dante, Pascal, Hölderlin, Rilke, Dostoievsky...). Estos estudios eran publicados con relativa celeridad y difundían las enseñanzas del profesor y el sacerdote a un público muy amplio. En no pocos lugares se formaron grupos de jóvenes para asumir su doctrina y su espíritu.

Tras el Concilio Vaticano II, la atención de numerosos lectores se centró en otros autores y temas, y la popularidad de Guardini decayó notablemente. Con ocasión de su muerte, en 1968, se publicaron varios escritos suyos autobiográficos y diversas monografías sobre su vida y obra. Ello reavivó el interés por su pensamiento, y llevó a la Academia Católica Bávara a promover la edición de sus Obras Completas (en las editoriales M.Grünewald, de Maguncia, y F. Schöningh, de Paderborn).

Podemos pensar que esta vuelta a Guardini va a revestir especial intensidad por dos razones básicas: 1ª) el mejor conocimiento de su biografía nos ha hecho su figura más cercana y más aleccionadora todavía, si cabe; 2ª) la tarea que abordó intensamente en su vida sigue siendo actual y urgente.


1. Guardini se mantuvo fiel a su tarea a través de múltiples penalidades

Una vez que orientó su existencia hacia la vida religiosa, tras un corto período de vacilación juvenil, y se decidió a consagrarse al Señor en el sacerdocio, Guardini intuyó que su misión consistía en configurar un nuevo método evangelizador. Comenzó a ensayarlo en sus años juveniles como director de la asociación universitaria "Juventus" (Maguncia, 1915), y ello le grangeó la desconfianza de alguna autoridad eclesiástica y la pérdida de su destino de profesor del seminario sacerdotal. En 1916 entra en contacto con la abadía benedictina de Maria Laach y en 1918 escribe El espíritu de la Liturgia, que lo consagra como un escritor católico de garra. Pero al año siguiente publica el Via crucis, y pierde todo su prestigio -según propio testimonio- ante los liturgistas a quienes no agrada que se ponga en pie de igualdad la oración litúrgica y las devociones populares. En consecuencia, Guardini fué cesado como colaborador del Anuario de Estudios Litúrgicos.

No cejó, sin embargo, en su busqueda del método formativo ideal, y creyó encontrarlo esbozado en el estilo pedagógico de B. Strehler, director del Movimiento de Juventud, centrado en torno al castillo de Rothenfels, junto al rio Main. Asistió allí a un encuentro de jóvenes, en 1920, y se entusiasmó al ver realizado en germen el tipo de vida que consideraba ideal: se alternaba la conversación y el silencio, se buscaba la verdad, convivían chicos y chicas de manera franca y limpia, se cultivaba el canto y el baile, las marchas por el campo y los oficios litúrgicos... Todo Guardini, con sus mejores energías y potencialidades, quedó polarizado en torno a este movimiento juvenil: conferencias, ejercicios espirituales, homilías, publicaciones... se sucedieron rápidamente con el fin de comunicar a esa juventud esforzada, deseosa de una vida noble y altamente cualificada, lo que es la vida de la fe, el sentido profundo de los signos sagrados, la riqueza inagotable de la Eucaristía... Guardini trabajó en este centro un año y otro hasta el agotamiento, con la energía espiritual que le otorgaba la convicción de estar configurando un hombre nuevo. Pero llegó la gran prueba. A partir de 1936, las autoridades nacionalsocialistas perturbaron incesantemente la buena marcha de los encuentros y en 1939 confiscaron el castillo.

Ese mismo año, Guardini fue obligado a jubilarse de su cátedra berlinesa de "Filosofía católica de la Religión y visión católica del mundo" que regentaba desde 1923. No le había sido fácil esta labor porque su cátedra nunca fue aceptada oficialmente y hubo de estar adscrita a la universidad de Breslau. Guardini se vio abrumado hasta el día de su jubilación definitiva ( Munich, 1962) por el temor a no ser considerado como un catedrático auténtico, pues su estilo de pensar y de expresarse no se ajustaba al método denominado entonces "científico", altamente especializado en torno a temas muy concretos. No se apartó, sin embargo, un ápice de su camino propio, dirigido a descubrir a los jóvenes estudiantes cómo se interpreta la vida humana y los distintos fenómenos culturales desde la fe católica. A pesar de que sus clases y homilías se vieron siempre extraordinariamente concurridas, Guardini no logró nunca sentirse seguro en su forma de proceder. Su Diario da testimonio constante del sufrimiento que le producía esta inseguridad y de la tenacidad con que se mantuvo fiel a su conciencia de que ésta era su auténtica vocación y misión.

Falto de las posibilidades que le ofrecían el Movimiento de Juventud y la Universidad, Guardini desarrolló una intensísima labor apostólica en diversas iglesias de Berlín. Las predicaciones ante un público atento le reportaron un gran gozo y le inspiraron varios de sus libros más logrados: El Señor, Jesucristo, Los novísimos... pero una vez más llegó el momento adusto de la renuncia. En 1943 se vio obligado por el horror de la guerra, que dañaba gravemente su salud, a abandonar la querida Berlín y refugiarse en la casa de un viejo amigo, Joseph Weiger, párroco de una aldea suabia.

En la devastación de la posguerra reanudó su vida universitaria en Tubinga (1945-1948) y en Munich (1948- 1962). En 1948, recobró el castillo de Rothenfels, pero ya no se encontró con fuerzas para retomar la dirección del Movimiento de Juventud.

Estas penalidades hubo de soportarlas Guardini con una salud física y psíquica sumamente precaria. Los escrúpulos padecidos durante la juventud hasta 1907 quebrantaron no levemente su sistema nervioso. Con frecuencia, tras un período de trabajo intenso, se hallaba agotado y debía concederse un descanso. Durante los primeros dias, se sentía aliviado y respiraba a pulmón lleno a través del campo. Pero pronto su espíritu le impelía a reanudar los trabajos que le esperaban amontonados sobre el escritorio.

En 1955 surgieron en él de repente dos fuentes de agudos sufrimientos: la neuralgia del trigémino y el asma. Del primero afirma que era como "dolor puro". Nunca pudo descubrir a qué se debía ni por qué comenzaba y cesaba de repente. El asma lo asfixiaba a menudo y le daba una impresión de achicamiento. "Hay aire por todas partes, pero el que está achicado no recibe ninguno. En el hombre se instala la angostura"[2].

Estos achaques se vieron agravados por una deficiencia cardíaca, que le obligó a hospitalizarse frecuentemente. Durante uno de los ataques más fuertes, le confesó a la religiosa que lo atendía: "Estos días son para mí particularmente valiosos y bellos, sobre todo hoy"."Si supiéramos lo bueno que es Dios, no podríamos sino estar llenos de alegría durante toda la vida"[3].

Esta honda serenidad la mostró también en el atardecer del 30 de septiembre de 1968. Presintió su muerte, se recogió en su habitación y durante una hora larga estuvo recitando breves oraciones, sobre todo la invocación de su admirado San Agustín: "Nos has hecho, Señor, para Tí y nuestro corazón está inquieto hasta que repose en Tí". Poco después entró en coma y falleció. Su esquela expresó con certera precisión lo que había sido su vida y su muerte: "Romano Guardini, servidor del Señor".

Cuando hoy admiramos la lucidez y la belleza de sus conferencias y homilías, en la tranquilidad de nuestro hogar, hemos de saber que esa fuente de sabiduría no brotó sin esfuerzo; es el fruto de una vida muy probada, a la que sólo la consagración al gran ideal de buscar la verdad y trasmitirla incólume a los demás facilitó la energía necesaria para no sucumbir. Más de una vez, en su Diario, comenta Guardini que su capacidad creadora la paga a un precio muy alto.


2. La tarea de Guardini conserva hoy día toda su vigencia

Desde muy jóven, Guardini intuyó que la labor educativa debe abordarse en planos muy hondos de la personalidad. No basta encaminar a los niños y jóvenes por unos cauces adecuados a la propia escala de valores; hay que prepararlos para asumir las riendas de su destino con poder de discernimiento y capacidad de decisión. Para ello se requiere descubrir tempranamente las leyes del desarrollo personal, centrado en torno al complejo fenómeno del encuentro. De ahí el interés de Guardini en mostrar el carácter "contrastado", no "opuesto", de libertad y obediencia, autonomía y heteronomía, independencia y solidaridad...

Al estallar la primera guerra mundial y hacer quiebra en ella el ideal de la Edad Moderna, condensado en el "mito del eterno progreso", Guardini advirtió rápidamente que era urgente configurar un nuevo estilo de pensar y de sentir, que diera lugar a un hombre nuevo y una epoca nueva, auténticamente "post-moderna". Su empeño en las Cartas de autoformación y las Cartas del lago de Como, así como en la diversidad de conferencias y libros de las décadas del 20 y el 30, consistió en pespuntear la figura de ese hombre nuevo que asume los mejores logros de la edad moderna y evita los riesgos que la llevaron a la hecatombe bélica. "Un nuevo tipo de hombre debe surgir, un hombre de profunda espiritualidad, de un nuevo sentido de la libertad y la intimidad, una nueva conformación y poder de configuración". "Lo que necesitamos no es menos técnica sino más; mejor dicho: una técnica más fuerte, más reflexiva, más ´humana´. Más ciencia, pero más espiritual, mejor conformada. Más energía económica y política, pero más desarrollada, más madura, más consciente de su responsabilidad (...)"[4].

Para conseguir este tipo de hombre equilibrado, fiel a las posibilidades que le transmite el pasado y abierto creadoramente al futuro, era necesario vincularlo a la realidad, evitando por igual recluirse egoístamente en la propia subjetividad y perderse frívolamente en un entorno de objetos dominables y poseíbles. El ideal de la Edad Moderna había consistido en aumentar indefinidamente el saber científico y el poder técnico a fin de incrementar el dominio de la realidad y el propio bienestar. La relación de dominio con la realidad exterior no creó verdadera unidad; aumentó el poder y llevó al conflicto. Una y otra vez lamentó Guardini que el hombre moderno no haya conseguido una elevación moral correlativa al dominio físico que fué adquiriendo sobre el mundo. Esta falta de una Ética del poder nos sitúa al borde del abismo. La salvación debe provenir de un cambio de ideal: El ideal de la posesión y el dominio ha de ceder el puesto al ideal del respeto y la solidaridad.

Esta convicción no hizo sino afirmarse en el espíritu de Guardini a lo largo de sus largas meditaciones sobre El fin de la modernidad, El poder, El hombre incompleto y el poder. Cuando, en 1962, recogió en Bruselas el "Premio al mejor humanista europeo", Guardini advirtió que, si Europa creó en el pasado una asombrosa "cultura del poder y el dominio", ahora debe configurar una "cultura del servicio". Esta palabra, cuyo profundo sentido[5] tantas veces había expuesto a sus jóvenes en las recoletas salas del castillo de Rothenfels, adquirieron en este foro una gravedad inusitada.


La veta mística decide el espíritu de la actividad de Guardini

La fidelidad inquebrantable de Guardini a su vocación y misión fué, sin duda, inspirada y sostenida por su fina sensibilidad para la experiencia mística. En su obra Apuntes para una autobiografía confiesa su inclinación a la melancolía, sentimiento bifronte, tensionado por la inclinación al desánimo y el tirón hacia lo alto. El trato con los esposos Wilhelm y Josefine Schleussner, personas de extraordinaria calidad humana y hondo espíritu religioso, ayudó a Guardini a convertir la melancolía en una fuente de ascenso espiritual constante. A Josefine debió Guardini el conocimiento del Diario Espiritual de una mística francesa, conocida bajo el seudónimo de Lucie Christine. Guardini se quedó tan prendado de la elevación espiritual plasmada en esta obra que dedicó diez años a la tarea de traducirla al alemán[6]. Según propio testimonio, su lectura le acompañó y consoló en momentos difíciles, y le abrió el horizonte de plenitud humana que intentó reflejar en sus escritos y conferencias. Cuando hablaba de la necesidad de configurar un "hombre nuevo" y una "mentalidad renovada", pensaba en el tipo de hombre que refleja dicha obra. "Yo amo la mística; sé que en ella se esconden tesoros de extraordinaria nobleza, y no sólo para unos pocos escogidos sino para círculos muy amplios. (...) ¡Tengo un respeto sagrado hacia estos educadores del alma!"[7]

Esta alta estima de la vida mística explica buen número de los rasgos que caracterizan su vida y su obra:

El entusiasmo por la figura de Jesucristo. El secretario al que dictó Guardini las homilías que dieron lugar a la obra El Señor manifestó que se quedaba impresionado al contemplar cómo se transfiguraba su rostro a medida que se adentraba en la interioridad de Jesús. Este ardor inspira de parte a parte sus obras sobre el Nuevo Testamento, de modo especial Jesucristo. Palabras espirituales. Lean detenidamente el capítulo "La voluntad del Padre" y verán hasta qué punto vibraba el espíritu de Guardini con el tipo excelso de unión que implica la vida espiritual más alta.

El espíritu de oración. Guardini cultivó con asiduidad y fervor las distintas formas de oración, que consideraba como complementarias: la oración litúrgica, la popular y la privada. De hecho, son tan intensas las oraciones que propone en las Cartas de autoformación para rezar privadamente en los momentos cruciales del día como las Oraciones Teológicas que pronunció ante la asamblea creyente en momentos especialmente dramáticos.

La consideración de la Liturgia católica como una forma de contemplación mística hecha cuerpo. Desde la noche en que asistió asombrado al rezo litúrgico de los benedictinos de Beuron, Guardini vivió la vida litúrgica con una profunda vibración interna. Incluso en los dias de vacación, pasados en una sencilla aldea, gustaba de celebrar la Eucaristía con la comunidad parroquial, y comentaba los textos bíblicos con el cuidado exquisito de las ocasiones más solemnes. "Un domingo sin la palabra de Dios se queda vacío", solía decir.

La relación profunda entre vivir la Liturgia y vivir la Iglesia. Guardini descubrió al mismo tiempo el profundo valor espiritual de la Liturgia y la importancia decisiva de que la Iglesia despierte en las almas, de que los fieles no sólo vivan en la Iglesia, sino que vivan la Iglesia. Guardini sintió en todo tiempo un amor filial hacia la Iglesia, a la que veía -místicamente- como una fuente de vida que mana de la figura misma de Jesús. Ello explica que, a pesar de la decepción que le produjeron algunas incomprensiones por parte de ciertos dignatarios eclesiásticos, Guardini haya conservado en todo momento una profunda estima y veneración a quienes representan oficialmente a la Iglesia. Por eso se alegró "como un niño" -según testimonio de un amigo- cuando Juan XXIII le manifestó en Castelgandolfo la alta consideración que le merecía la labor que estaba realizando en favor de la Iglesia.

El amor sincero al Via crucis y al Rosario. Las meditaciones que hace Guardini en el Via crucis son fruto de una vida de unión muy íntima con el Señor. Y las consideraciones sobre el ámbito de piedad que se crea al rezar el Rosario y entrelazar la propia vida con la de María y Jesús, cuyos misterios se entreveran al hilo de las distintas plegarias, no han podido surgir sino a la luz de una experiencia intensa de meditación.

La alta estima del silencio y el recogimiento. Guardini tendía al silencio por una especie de gravitación espiritual. "El recto callar es el contrapolo viviente del recto hablar. Pertenece a ello como el inspirar al expirar" [8]. Al oir sus conferencias y homilías, se tenía la impresión de que sus palabras procedían siempre del silencio de la meditación asidua y recogida. "Se nota en el que habla si viene del silencio o no. Lo que proviene del silencio tiene plenitud y riqueza (...). Hablar sin silencio se convierte en cháchara. Sólo en el silencio brota la vida, se adensa la energía, se clarifica la interioridad, y los pensamientos e imágenes logran una forma precisa. Cuando se habla desde el silencio, lo que pensamos interiormente adquiere su forma auténtica"[9].

En la misma línea de profundidad afirma que la soledad "es una plenitud en sí misma" cuando no sólo estamos aislados sino recogidos interiormente en nosotros mismos"[10].

La convicción de que al hombre sólo se le conoce si se lo ve desde Dios[11]. Guardini contemplaba al hombre con tal profundidad que veía en él una "condición verbal", es decir: veía su existencia como fruto de una "llamada" divina. Dios creó las cosas mandándoles existir, y creó al hombre llamándole por su nombre a la existencia. La existencia auténtica del hombre consiste en responder adecuadamente a esa llamada creadora.

En la línea del Pensamiento Dialógico (F. Ebner, M. Buber), Guardini estimaba que el hombre adquiere conciencia de su "yo" al ser apelado por un "tú", sobre todo y primariamente por el Tú divino. En todo momento, el ser humano se le presentaba, al modo de Kierkegaard, como "una relación que se relaciona consigo misma y con el Poder que la sostiene"[12]. Esta forma de ver al hombre desde Dios, tan afín a la de los escritores místicos, llena de tensión la obra toda de Guardini, pues éste sintió siempre un profundo asombro, casi diría un santo temor y temblor, ante el hecho de que el Dios Infinito se haya dignado crear al hombre y se haya incluso "anonadado" para salvarle.

La sensibilidad para advertir la caducidad de la vida terrena y la solidez de la vida eterna. En los momentos de mayor éxito, cuando públicos numerosos y cualificados seguían atentos sus conferencias y homilías, o cuando una Universidad reconocía sus méritos nombrándole doctor honoris causa, Guardini subraya en su Diario que todo eso es muy bello pero pasa inexorablemente. En esta observación se advierten las dos vertientes de la melancolía: la conciencia amarga de que todo lo humano perece, y la nostalgia por una vida de tan alta calidad que perdura ilimitadamente.

La conciencia de que lo meramente humano es insuficiente. Guardini tenía una sensibilidad exquisita para todo lo bello. No obstante, ante ciertas manifestaciones refinadísimas de belleza, sentía una honda tristeza si no veía aletear en ellas el espíritu de Dios.

La tendencia a buscar siempre lo más elevado y valioso. Para describir el modo de ser del hombre, Guardini advierte que los dos polos de su existencia son "arriba" y "dentro". Por eso su desarrollo personal se logra plenamente cuando tiende a elevarse y a interiorizarse. No es extraño que El Señor -su obra preferida junto a Hölderlin. Weltbild und Frömmigkeit- logre su máxima cota de calidad espiritual al describir el mundo de la "interioridad" que crea el Espíritu Santo tras la Ascensión de Jesús.

Toda la vida y obra de Guardini tiene un profundo sabor a experiencia mística, en su sentido preciso de relación íntima con el Dios escondido y tres veces santo. Esta experiencia penetra la vida del alma con tal intensidad que informa todas sus manifestaciones. Ello explica que Guardini haya descubierto con un mismo golpe de vista los cinco grandes temas a los que debía consagrar especial atención: la Liturgia, la Iglesia, la oración popular y privada, la formación espiritual, sobre todo de la juventud y la interpretación de la cultura a la luz de la fe.


El Movimiento Litúrgico

Cuando, a los 21 años, el joven estudiante de Teología en Tubinga se adentra en la iglesia abacial de Beuron y siente el "aura de misterio santo y salvífico" que llena sus naves y asiste emocionado a los oficios divinos, vividos con la pureza y la hondura propias de los monasterios benedictinos, comprende que la Liturgia católica representa la manifestación más genuina de la oración de la Iglesia, "esa misteriosa realidad que está tan profundamente dentro de la historia y, sin embargo, es garantía de lo eterno"[13]. Esta doble condición de la Iglesia se da también en la acción litúrgica, que integra diversos planos de realidad e insta al hombre a trascender los planos inferiores para elevarse a niveles de máxima realización y dignidad personal. Guardini se propuso, con su amigo K. Neundörfer, "presentar lo que es la Iglesia", y se reservó el estudio de "la liturgia como forma y fuente de vida contemplativa"[14]. La Liturgia es una especie de vida mística plasmada en formas sensibles. "Gracias a Wilhelm Schleussner había podido conocer de cerca la mística alemana y me gustaba, pero siempre pensé que debía existir necesariamente otra mística en la que la intimidad del misterio estuviese unida a la grandeza de las formas objetivas, y ésta la encontré en Beuron y en su Liturgia"[15]. He aquí la atención de Guardini centrada en tres frentes profundamente vinculados entre sí: la Liturgia, la Iglesia y la vida contemplativa.

Fiel a su voluntad evangelizadora, Guardini estudia estos temas de modo muy concreto y vital. Por eso no se limita a celebrar solemnemente los oficios litúrgicos en la iglesia, sino que se esfuerza en configurar litúrgicamente la vida entera. Para desarrollar plenamente nuestra existencia, debemos descubrir la capacidad que tenemos nosotros y los seres del entorno para saturarnos de sentido y ser vehículos vivientes de la experiencia religiosa. Actitudes corporales como estar de pie, arrodillarse, moverse, guardar silencio...; gestos como persignarse, saludar, mirar atentamente...; acciones como orar en común, participar en la comunión, leer con voluntad de proclamar... pueden tener un sentido profundamente humano y religioso cuando responden a una voluntad creativa de establecer un ámbito de comunidad orante. Esta tensión hacia lo sobrenatural transfigura esas acciones, gestos y actitudes y los dota de un valor singular. Así, el andar hacia el altar no se reduce a recorrer una distancia; significa crear un campo de adhesión al misterio. Leer un texto bíblico no tiene sólo por fin comunicar su contenido; supone una proclamación, es decir: una invitación a asumir el mensaje que transmite.

Guardini puso su fina sensibilidad al servicio de esa tarea de transfiguración. Nos enseñó a descubrir el profundo sentido simbólico del incienso, el cirio, la luz, el altar, el ámbito sacro, las campanas..., y el valor expresivo de subir unas escaleras, franquear una puerta, darse golpes de pecho, levantarse, inclinarse, guardar silencio y hablar... "Mil veces has subido las gradas. Pero ¿has reparado en lo que ello te sugirió? Pues algo sucede en nosotros cuando ascendemos, aunque es muy fino y discreto y fácilmente pasa inadvertido. (...) Cuando subimos las gradas, no sólo sube nuestro pie sino todo nuestro ser. También subimos espiritualmente. Y, si lo hacemos reflexivamente, presentimos que ascendemos a esa altura donde todo es grande y perfecto: el Cielo, donde Dios tiene su morada"[16].


El sentido de la Iglesia

En cinco conferencias pronunciadas en Bonn en 1922, Guardini expuso su idea de la Iglesia como lugar de integración de muchos aspectos "contrastados" de la vida humana, que son malentendidos a menudo como "opuestos": obediencia y libertad, corporeidad y espiritualidad, temporalidad y eternidad, dentro y fuera, interioridad y exterioridad... Si se entienden estos pares de conceptos como opuestos y, por tanto, dilemáticos, se bloquea el desarrollo de la persona, porque ésta vive creativamente a través del encuentro con las realidades del entorno. Por eso comenzó exultante Guardini sus conferencias con esta afirmación: "Un acontecimiento religioso de insospechado alcance está teniendo lugar: La Iglesia despierta en las almas"[17]. Vuelve a vivirse la Iglesia como "contenido de vida religiosa auténtica". El fiel cristiano había tomado de ordinario a la Iglesia como maestra y apoyo, pero, debido a la tendencia individualista que se fue imponiendo a partir del final de la Edad Media, se limitó a "vivir en la Iglesia y dejarse conducir por ella, pero cada vez vivió menos la Iglesia"[18]. "Lo que hay de místico en ella, todo lo que se halla detrás de los fines prácticos y la organización, lo que se expresa en el concepto del Reino de Dios, el Cuerpo Místico, no se lo sintió de forma inmediata"[19]. Pero ahora estamos descubriendo -agrega Guardini- que la tarea de nuestro tiempo es avivar la conciencia de que la Iglesia "es sangre de mi sangre, plenitud de la que vivo", y sentir la "alegría redentora" de amarla y tener auténtica paz interior. "Yo llego a ser más plenamente lo que debo ser cuanto más decididamente vivo en la Iglesia. Pero vivir en la Iglesia como Dios y ella misma quieren sólo lo puedo realizar en la medida en que logro una personalidad madura"[20].

Guardini aplica su "teoría del contraste" a la tarea de explicar la mutua implicación de dos conceptos "contrastados", no "opuestos": la persona creyente y la comunidad eclesial. "El alma asumida por la gracia no es algo anterior a la Iglesia, como lo son los individuos particulares, que están ahí y luego se unen en una asociación. El que crea que lo es no ha entendido nada de lo que es la personalidad cristiana. (...) Cuando digo ´Iglesia´, digo también ´personalidad´, y, cuando hablo del mundo interior cristiano, ahí está inmediatamente la comunidad cristiana con cuanto implica"[21]. "Todo auténtico místico cristiano es consciente de que su vida interior está unida con la de la Iglesia y sostenida por ella, así como la vida comunitaria eclesial en la Liturgia y en la dirección de almas despiertan una y otra vez vida mística personal"[22].


La oración personal privada

Guardini destacó a menudo que "la persona del Señor está totalmente inmersa en oración"[23]. Orar es dirigirse a Dios con toda el alma, adentrarse en el ámbito de lo sagrado y abrirle en nuestro interior un espacio de acogimiento y de cultivo. "La oración es un acto religioso, y lo que en ella debe despertarse y aplicarse a su objeto -si se permite la expresión- no es sólo la energía del pensamiento y la capacidad creativa sino la interioridad del espíritu, o más exactamente, el momento específico de la vida del espíritu que corresponde a la misteriosa aparición de la santidad de Dios. Este estrato del espíritu queda generalmente soterrado en la vida cotidiana, o a lo sumo ilumina tenuemente al hombre, el cual vive de ordinario en el ámbito mundano de la existencia y a base de energías exclusivamente humanas. Si queremos, pues, que la oración adquiera el significado y la amplitud que le corresponden, debemos destacar la orientación de nuestro espíritu hacia lo santo y darle el espacio debido"[24].

Este espacio es abierto por la actitud espiritual de recogimiento. "Del recogimiento depende todo". "El recogimiento crea la apertura y el ´espacio´ interno de la oración. (...) El ´espacio´ de la oración se constituye en la presencia del hombre ante Dios" [25].

La oración constituye "el ámbito más íntimo de la vida cristiana"[26], el que cultivan con especial intensidad los espíritus místicos. No es ilógico que de los cinco bloques de actividades que cultivó Guardini corresponda claramente la primacía a la oración: recoge oraciones de otros autores, escribe otras nuevas, desentraña el sentido de prácticas devocionales antiguas, como el Via crucis y el Rosario, profundiza en los salmos y el Padrenuestro, analiza la significación profunda de la oración litúrgica... En todas las formas de oración descubre aspectos valiosos, a menudo ignorados, y los dota de una vida nueva.

Guardini considera la oración como la base de una vida humana auténtica. Por eso suplica al Señor: "Enséñame a ver que sin oración mi interior se atrofia y mi vida pierde consistencia y fuerza"[27].


Formación espiritual

Guardini aplicó su capacidad de análisis fenomenológico de los sentimientos, actitudes y acontecimientos humanos al estudio pormenorizado de las principales vertientes de la vida espiritual. En todos sus escritos - especialmente en las Cartas de autoformación- se hallan multitud de precisiones que son verdaderas claves de orientación para la vida. Sobre la verdad, el dar y el recibir, la libertad verdadera, el silencio, la soledad, la alegría interior... nos ha legado observaciones certeras que abren horizontes de riqueza espiritual insospechada. "Debemos intentar que nuestro corazón esté alegre", escribe en dichas Cartas, con la forma de alegría profunda que procede del hecho de "acogerse a Dios con toda el alma y permanecer junto a Él en silencio interior"[28]. Cuando nos unimos a Dios y nos identificamos con su voluntad, "abrimos el camino para la alegría de Dios". Si mantenemos esta actitud fielmente, con buen ánimo, confianza y libertad interior -"condiciones emparentadas con la alegría"- , estaremos inundados de gozo, "suceda fuera lo que suceda". La alegría más profunda surge en el alma cuando ésta cumple la voluntad de Dios no como un precepto externo sino como la expresión viva de Quien nos es "más íntimo que nuestra propia intimidad" (San Agustín). Jesús hizo siempre la voluntad del Padre porque estaba unido a Él con el tipo de unión más íntima que se pueda imaginar. Dicha voluntad no significaba una imposición procedente desde fuera; era un impulso interior generador de vida espiritual. "Esta fue la actitud de nuestro Señor. Toda el alma de Jesús era pura apertura gozosa"[29].


Interpretación de la cultura desde la fe

La gran preocupación de Guardini durante toda su vida fue determinar con precisión la esencia del espíritu cristiano y distinguirlo netamente frente a cualquier deformación o malentendido.[30] Pero, lejos de alejarse por ello del mundo de la cultura no estrictamente religiosa (Sócrates, Platón, Hölderlin, Rilke, Mörike, Dostoievsky...), consagró esfuerzos constantes a iluminar toda la vida humana desde la fe. Es el tema de la "Cosmovisión católica", área de conocimiento de su cátedra universitaria en Berlín, Tubinga y Munich. "Comprendí cada vez mejor lo que significaba, en una época espiritualmente descolorida, una verdadera interpretación, y poco a poco fui elaborando un método para profundizar en la totalidad del pensamiento y la personalidad del autor desde una correcta interpretación del texto, procurando enlazar con ello las problemáticas fundamentales"[31]. Su propósito al analizar el pensamiento de los grandes autores era entrar en contacto vivo con los problemas eternos que ellos debatieron y descubrir, así, el sentido más hondo de la vida humana.

En definitiva, la meta de Guardini en sus diversas actividades fue buscar la verdad, para vivir en ella y de ella, sin tomarla nunca como medio para un fin. "La verdad es una fuerza, pero sólo cuando no se exige de ella ningún efecto inmediato sino que se tiene paciencia y se da tiempo al tiempo; mejor aún: cuando no se piensa en los efectos sino que se quiere mostrar la verdad por sí misma"[32]. Este ethos de verdad, este amor desinteresado a la verdad le permitió a Guardini "manifestar ejemplarmente en hechos y palabras que se puede ser sin miedo un hombre de la cultura actual y a la vez un cristiano católico, (...) vivir en un mundo pluralista sin volverse relativista; decir el mensaje evangélico de tal modo que no sea incomprensible por adelantado para los que están fuera" [33].

En su obra conjunta, Guardini nos ha legado una profunda doctrina de vida, sumamente aleccionadora para toda persona, creyente o incrédula, que desee otorgar a su existencia su plenitud de sentido. En el aspecto filosófico, sus escritos ofrecen múltiples claves de orientación que pueden ser decisivas en un momento de desconcierto espiritual como el presente. Guardini enseña a pensar con rigor, sentir con profundidad, vibrar interiormente con todo lo noble, lo bello y verdadero. Fue un gran testigo de la verdad, y sigue enseñándonos el arte de buscarla personalmente para vivir de ella y otorgar a nuestra existencia la autenticidad debida.



Alfonso López Quintás




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Notas:

[1] Esta visión sinóptica de la vida y obra de Guardini condensa el amplio análisis que realiza el autor de este sugestivo tema en un libro que acaba de aparecer: Romano Guardini, maestro de vida (Palabra, Madrid).

[2] Cf. Wahrheit des Denkens und Wahrheit des Tuns (Verdad del pensamiento y verdad del obrar), Schöningh, Paderborn 1985, p. 33.

[3] Cit. por H. B. Gerl: Romano Guardini (1885-1968). Leben und Werk, M. Grünewald, Maguncia 41995, p. 394.

[4] Cf. Briefe vom Comer See (Cartas del lago de Como), M. Grünewald, Maguncia, 1953, p. 89.

[5] Cf. Europa. Wirklichkeit und Aufgabe. Eggebrecht, Maguncia 1962, págs. 27-28; Europa. Tarea y realidad, en Obras de Romano Guardini, I, Cristiandad, Madrid 1981, págs. 25-26-

[6] Cf. Lucie Christine: Geistliches Tagebuch (1870-1908), M. Grünewald, Maguncia, 4ª ed, s.f.

[7] Cit. por H. B. Gerl: Romano Guardini (1885-1968). Leben und Werk, Grünewald, Maguncia 41995, p. 118.

[8] Cf. Briefe über Selbstbildung, M. Grünewald, Maguncia 1930, p. 130.

[9] Cf. O. cit., p. 131.

[10] Cf. O. cit., p. 132.

[11] Cf. Nur wer Gott kennt kennt den Menschen, Werkbund, Würzburg 1952; Quien sabe de Dios conoce al hombre, PPC Madrid 1995.

[12] Cf. La enfermedad mortal o De la desesperación y el pecado, Guadarrama, Madrid 1969, págs. 47-49.

[13] Cf. Apuntes para una autobiografía, Encuentro, Madrid 1992, págs. 125-126.

[14] Cf. O. cit., p. 127.

[15] Cf. O. cit., p. 126.

[16] Cf. Von heiligen Zeichen, M. Grünewald, Maguncia 1927, p. 22; Signos sagrados, Ed. Litúrgica Española, Barcelona 1957, p. 43.

[17] Cf. Vom Sinn der Kirche, M. Grünewald, Maguncia 1922, p. 19.

[18] Cf. O. cit., p. 20.

[19] Cf. O. cit., p. 24.

[20] Cf. O. cit., p. 55.

[21] Cf. O. cit., p. 48.

[22] Cf. R. Guardini: Prólogo a la obra de Lucie Christine: Geistliches Tagebuch (1870-1908), M. Grünewald, Maguncia, 41954, p. XVI.

[23] Cf. Introducción a la vida de oración, Dinor, San Sebastián, 1961, p. 11.

[24] Cf. O. cit., p. 26.

[25] Cf. O. cit., págs. 33-34.

[26] Cf. O. cit., p. 14.

[27] Cf. Oraciones teológicas, Cristiandad, Madrid 1959, p. 99.

[28] Cf. Briefe über Selbstbildung, M. Grünewald, Maguncia 1930, págs. 6-7.

[29] Cf. O. cit., p. 9.

[30] Cf. Unterscheidung des Christlichen (Diferenciación de lo cristiano), M. Grünewald, Maguncia 1935.

[31] Cf. Apuntes para una autobiografía, págs. 57-58.

[32] Cf. O. cit., p. 161.

[33] Cf. K. Rahner: "Romano Guardini", en Folia Humanistica 34 (1965) 779-780.





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