sábado, 22 de abril de 2017

“La Noche que Disipó las Tinieblas” [Incluye Video] - Mons. Antonio Marino

“La Noche que Disipó las Tinieblas” (Pregón Pascual)
[Incluye Video]
Mons. Antonio Marino


Homilía de Monseñor Antonio Marino, Obispo de Mar del Plata, durante la Vigilia Pascual en la Catedral de Mar del Plata, el 15 de abril de 2017.

 
Queridos hermanos:
    
Aunque afuera es de noche, aquí nos sentimos llenos de luz. No se trata sólo de la luz física, radiante y hermosa, del cirio pascual, sino de otra más gozosa aún, que el cirio simboliza: Cristo gloriosamente resucitado que disipa las tinieblas del corazón y de la mente
    
Celebramos la Pascua del Señor. No tenemos fiesta mayor ni más hermosa. Es la fiesta más importante porque se trata de la mayor intervención salvadora de Dios en la historia de los hombres. Aquí se cumplen todas las promesas del Antiguo Testamento y las que el mismo Jesús hizo en su vida terrena. En el triunfo de Cristo adquieren sentido todas las lecturas bíblicas que hemos escuchado con espíritu de fe. Las Personas divinas aquí se revelan y manifiestan en su originalidad. Dios Padre resucitó a Jesús con el poder del Espíritu Santo, y así la humanidad del Hijo eterno de Dios quedó introducida definitivamente en la gloria de la Trinidad. De este modo, el misterio de la encarnación alcanza su plenitud.
    
Esta era la finalidad por la cual el Hijo de Dios se hizo hombre: para conducir a la salvación y a la gloria a todos los hombres que creen en Él. El cielo nuevo y la tierra nueva mencionados en el Apocalipsis (21, 1), y que anhelamos como nuestro destino final, ya son realidad en la carne glorificada de Jesucristo.
    
Esto enciende nuestra esperanza y abre curso a una profunda alegría espiritual. También nosotros resucitaremos al final de los tiempos con un cuerpo glorioso como el suyo. Lo afirmamos con frecuencia en el Credo: “Creo en la resurrección de la carne”. Y lo afirma muchas veces la  Sagrada Escritura. Quienes esperamos ardientemente la venida de nuestro Señor Jesucristo como Salvador, creemos también con San Pablo que “Él transformará nuestro pobre cuerpo mortal, haciéndolo semejante a su cuerpo glorioso, con el poder que tiene para poner todas las cosas bajo su dominio” (Flp 3, 21). Este poder transformador de Cristo resucitado, se vincula con la obra del Espíritu Santo, como dice el mismo Apóstol en otro lugar: “Si el Espíritu de aquel que resucitó a Jesús habita en ustedes, el que resucitó a Cristo Jesús también dará vida a sus cuerpos mortales, por medio del mismo Espíritu que habita en ustedes” (Rom 8, 11).
    
Cuando “el Verbo se hizo carne” (Jn 1, 14) tomó nuestra naturaleza para llevarla a la gloria, y así todo el universo, sintetizado en el hombre, quedó elevado a su perfección absoluta. De este modo, como nos lo muestran las Sagradas Escrituras, quedó a la cabeza de todas las cosas. Es lo que afirma la Carta a los Efesios: en la plenitud de los tiempos, Dios se propuso “reunir todas las cosas, las del cielo y las de la tierra, bajo un solo jefe, que es Cristo” (Ef 1, 10). Ante estas afirmaciones ¡cómo no cantar la gloria del Resucitado! Su triunfo es también la fiesta de todo el universo.
    
Puesto que la resurrección del Señor es la más mayor de las fiestas litúrgicas, es lógico que la celebración de la Vigilia Pascual sea también la más bella de todas las solemnidades. Aquí la Iglesia imita a María de Betania, quien en gratitud al Maestro que había resucitado a su hermano Lázaro, derramó sobre sus pies “una libra de perfume de nardo puro, de mucho precio (…). La casa se impregnó con la fragancia del perfume” (Jn 12,3). Estos ritos de la Vigilia, intentan llegar a todos nuestros sentidos, y repetidos a lo largo de los siglos, han educado a los fieles de toda edad y condición más aún que las palabras. Cabe aquí aplicar por excelencia las palabras que San Juan Pablo II decía de la liturgia eucarística en general: “la Iglesia no ha tenido miedo de «derrochar», dedicando sus mejores recursos para expresar su reverente asombro ante el don inconmensurable” (Ecclesia de Eucharistia 48).
    
La esperanza gozosa de nuestra resurrección final no nos hace olvidar que ya desde esta vida debemos vivir como resucitados. De poco nos serviría esta hermosa ceremonia, si de ella no sacáramos un compromiso de vida. Por eso, oímos decir a San Pablo en esta noche: “Por el bautismo fuimos sepultados con él en la muerte, para que así como Cristo resucitó por la gloria del Padre, también nosotros llevemos una Vida nueva (…). Comprendámoslo: nuestro hombre viejo ha sido crucificado con él, para que fuera destruido este cuerpo de pecado, y así dejáramos de ser esclavos del pecado” (Rom 6, 4.6).
    
Queridos hermanos, mientras dura nuestra peregrinación por este mundo, toda alegría humana es provisoria, con frecuencia mezclada con disgustos; toda belleza es imperfecta y estimula el anhelo de una realidad que se encuentra más allá de esta vida. Si fijamos la mirada en Cristo resucitado, una paz duradera se instala en el corazón, porque comenzamos a gustar la Vida nueva que vuelve llevadero todo dolor y transforma todo pesar en gozo pascual (Jn 16, 33).
    
Sintamos dirigida a nosotros la invitación de Cristo a las mujeres: “Alégrense” (Mt 28, 9). Sí, alegrémonos. Que nuestra alegría se manifieste en la serenidad, en el amor y la buena voluntad que ponemos en todo. Desechemos el temor y las quejas ante las circunstancias adversas. El Señor nos dice: “No teman” (Mt 28, 10). Aunque la dificultad nos parezca más pesada que la piedra del sepulcro. También nos constituye misioneros: “Avisen a mis hermanos” (ibid.). Hoy más que nunca los miembros de la Iglesia, en una sociedad secularizada, estamos convocados por Jesús para salir a anunciar la certeza de su resurrección con el testimonio de nuestra santidad de vida y un cristianismo vivido con valentía y heroísmo.
    
La Virgen María, a quien honraremos especialmente esta noche, reciba nuestros santos deseos y los presente a su Hijo resucitado.



+ Antonio Marino
Obispo de Mar del Plata
   
 
 


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Cristo Muerto y Resucitado es Fuente de Vida Abundante
Mons. Antonio Marino






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