Coram Deo: Misa de Cara al Señor
[Segunda Parte]
P. José María Iraburu
En el año 2014 el Padre Iraburu publicó en su blog “Reforma o Apostasía” unos artículos dedicados a la Liturgia. Dos de esa serie abordaron puntualmente el tema de la “Misa de Cara al Señor”. A continuación podrán leer el segundo de ellos.
[InfoCatólica] En el artículo anterior traté de la Misa «coram Domino» o «versus populum». Pero al ser ésta una cuestión tan importante para la vida espiritual y litúrgica del pueblo cristiano, estimo oportuno completar la exposición del tema con una antología de textos seleccionados del libro del profesor Lang, “Volverse hacia el Señor” (ed. Cristiandad, Madrid 2007, 166 pgs.; original, “Turning towards the Lord”, Ignatius Press, San Francisco 2004), en el que sintetiza estudios suyos anteriores. Para no recargar mi artículo con referencias bibliográficas, citaré solamente el autor, la fecha de su escrito [-] y la página en que Lang lo cita (= L).
Uwe Michael Lang, alemán, es miembro del Oratorio de Londres. Estudió teología y filología clásica en Munich, Oxford y Viena. Doctor en Teología (Oxford, 1999), fue ordenado sacerdote (2004), y añade a su ministerio pastoral sus labores docentes como profesor de Teología en un “College” de la Universidad de Londres y como consultor de la Santa Sede en cuestiones litúrgicas. La obra suya aludida viene precedida de un largo “Prólogo”, muy elogioso, del Cardenal Ratzinger (Roma, 2003).
–Antropocentrismo. Algunos autores, como Angelus Häusling [2000], impugnan la defensa del culto litúrgico «coram Deo», alegando que es «contraria a la intención del Concilio» y al antropocentrismo prevalente de nuestra época (L 20-21). Pero tanto Lang, como varios otros autores, arguyen que precisamente como correctivo al actual horizontalismo deficitario en transcendencia y escatología, se hace precisa la celebración eucarística «coram Domino», unánime en la tradición de Oriente y Occidente.
Así Andreas Heinz [2002]: «Si desapareciera por completo [en la celebración de la Eucaristía] la orientación común del presidente y congregación hacia Cristo ya exaltado y que aún habrá de venir, eso supondría una pérdida espiritual tremendamente lamentable» (L 21).
–Teocentrismo. «Ratzinger [1993] subraya el hecho de que la celebración de la Eucaristía, como toda oración cristiana, posee una orientación trinitaria… Cuando nos dirigimos a una persona, es obvio que la miremos a la cara. Por eso, la asamblea litúrgica, que incluye al sacerdote y al pueblo, deberá orientarse de esa misma manera, volviéndose hacia Dios, que es el verdadero destinatario de la oración y de la ofrenda que implica ese acto de culto trinitario» (L 37).
Ratzinger [1993], «fundado en la sugerencia de Jungmann, subraya que la antigua práctica de que sacerdote y pueblo estén orientado en la misma dirección expresa la naturaleza de la Eucaristía como acto común de culto trinitario. La asamblea entera está unida en su orientación hacia el Este, es decir, vuelta hacia el Señor, como transmite la plegaria de Agustín después del sermón Conversi ad Dominum… De ese modo, la orientación común en la plegaria litúrgica no sólo transmite la dimensión trinitaria de la Eucaristía, sino que, a la vez, da testimonio de una teología de la esperanza en la Segunda Venida de Cristo. En una palabra, hace realidad la síntesis cristiana de cosmos e historia» (L 111-112).
–Tradición universal. Afirma Lang «que, desde los tiempos más remotos, los cristianos dispersos por el mundo solían orar volviéndose hacia el sol naciente, es decir, hacia el Este geográfico» (L 45). Toda la asamblea orante y celebrante, también el sacerdote, se volvía así en la misma dirección. Y cuando ya muchas iglesias no lograban conservar en su construcción la orientación geográfica hacia el Este, el altar y el ábside eran el «Este litúrgico». Cita Lang numerosos autores antiguos.
Entre ellos Orígenes [ha. 231]: «No cabe duda de que la dirección al sol naciente es la que mejor indica hacia dónde deberemos volver nuestra mirada [en la oración], un acto que simboliza que el alma tiende a dirigirse hacia el punto en que surge la verdadera luz» (L 51). La Didascalia Addai siríaca [mitad del s. IV] afirma: «Los apóstoles enseñaron que hay que orar volviéndose hacia Oriente» (Lc 53).
Cuando predicaba San Agustín (354-430), lógicamente, lo hacía mirando al pueblo. Pero «una gran parte de sus sermones terminan con una oración que, en la traducción manuscrita, se introduce con breves fórmulas, como Conversi (ad Dominum)»… «Volvámonos hacia el Señor, Dios y Padre todopoderoso, y con un corazón puro démosle gracias»… (L 56).
Ya en la segunda mitad del siglo II los cristianos tenían grandes templos en un buen número de ciudades imperiales, más de un siglo antes de la libertad cívica dada a la Iglesia por Constantino (L 73-74). «Hoy día se suele reconocer que las primeras comunidades cristianas no usaron las catacumbas como lugar de asamblea litúrgica» (L 77).
En los años de Constantino se construyeron muchos templos o se acomodaron como iglesias grandes edificios paganos, y pronto se multiplicaron los mosaicos y pinturas. «En caso de que el altar estuviera situado a la entrada del ábside o en la nave central, el celebrante, situado frente a él, podría fácilmente elevar su mirada hacia el ábside. Decorado con espléndidos mosaicos como representación del mundo celeste, el ábside podría significar el “este litúrgico” y, por tanto, el centro al que se dirigía la plegaria» (L 88). «… todos oraban con los brazos levantados y mirando hacia arriba [sursum corda. –Habemus ad Dominum]… Los cristianos del mundo antiguo y de principios de la Edad Media no asociaban su participación real en la liturgia con estar frente al celebrante siguiendo sus acciones. La celebratio versus populum, en sentido moderno, era desconocida en el cristianismo primitivo» (L 89).
–Los altares coram populo no proceden de los protestantes. Aunque Lang ya sabe que Lutero «en 1526, sugirió que el altar no debería ocupar su antigua posición, y el sacerdote debería estar siempre cara al pueblo, como sin duda hizo Cristo en la Última Cena» (L 104), hace notar que él desconocía que en las cenas solemnes «el puesto de honor estaba en el extremo derecho del semicírculo» (ib.). En todo caso, su recomendación fue con el tiempo escasamente aplicada entre sus seguidores.
«Hasta época reciente, la mayor parte de las iglesias luteranas han mantenido la dirección común para la plegaria eucarística, a pesar de haber rechazado el sentido sacrificial de la Misa. De hecho, las demandas de celebración de la Eucaristía cara al pueblo que han surgido a raíz del Concilio Vaticano II han chocado con una fuerte oposición por parte de los teólogos protestantes y apenas se han llevado a cabo» (L 105).
–Menos aún surgen estos altares por el influjo del Oriente cristiano. «La orientación común de sacerdote y pueblo en la oración litúrgica… es parte de la herencia litúrgica en las Iglesias de tradición bizantina, siria, armenia, copta y etiópica. Aún a día de hoy, en la mayor parte de los ritos orientales es costumbre que sacerdote y pueblo miren en la misma dirección durante la plegaria, al menos durante la anáfora».
«El hecho de que algunas Iglesia Católicas Orientales, como la Maronita y la Siro-Malabar, hayan adoptado en fechas recientes la celebratio versus populum se debe a la moderna influencia latina y no al hecho de que así es como mantienen sus auténticas tradiciones. De ahí que la Congregación para las Iglesias Orientales haya declarado en su Instrucción “El Padre incomprensible” (6-I-1996) que la antigua tradición de orar volviéndose hacia el Este tiene un profundo valor litúrgico y espiritual, y debe conservarse en los ritos orientales» (L 109).
–El altar coram populo tiende a expresar una reunión centrada en sí misma. Observa Lang que «la postura constante de sacerdote y pueblo cara a cara expresa un simbolismo propio y sugiere un círculo cerrado. Ahora bien, el ideal de la iglesia cristiana no es una construcción en círculo con el altar, el ambón y los bancos en el centro. No es puramente accidental el hecho que sea difícil encontrar ejemplos de esa clase antes de la segunda mitad del siglo XX. La celebratio versus populum tiende a disminuir la dimensión transcendente de la Eucaristía, hasta el punto de engendrar la idea de una sociedad cerrada. No cabe duda que el carácter comunitario de la liturgia es importante, pero eso es sólo un aspecto de la liturgia. El peligro está en que la congregación pudiera tornarse complaciente y reclamar una falsa autonomía, separándose de otras asambleas de fieles y de la asamblea invisible de los santos en el cielo, de modo que la comunidad se encontrara en diálogo consigo misma. Eso desvelaría no sólo una eclesiología deficiente, sino también una concepción errónea de la divinidad» (L 113-114)
«Hoy día estamos bajo la amenaza de lo que Aidan Nichols [1996] denomina “inmanentismo cúltico”, es decir, “el peligro de que la propia congregación de los fieles se tome encubiertamente a sí misma como punto de referencia en un mundo horizontal y humanístico”» (L 114).
–«La orientación común [sacerdote y asamblea] está íntimamente relacionada con la comprensión de la Misa como sacrificio», afirma Lang (L 121). «A partir del siglo III, la Eucaristía recibió diferentes denominaciones: prósphora, anáphora, oblatio, todos ellos, términos que encierran la idea de “ofrecer” o “presentar” y, por tanto, indican un movimiento hacia Dios» (L 125).
«La experiencia pastoral de las cuatro últimas décadas [altar versus populum] nos puede enseñar que la comprensión de la Misa como sacrificio de Cristo y sacrificio de la Iglesia ha disminuido considerablemente entre los fieles, si es que no se ha extinguido por completo» (L 126). Escribe R. J. Schreiter [1985]: «Los códigos ofrecen las reglas básicas para ejercer la función de signos. Son, por así decir, la “gramática” de los textos culturales… Cuando los católicos empezaron a celebrar la Eucaristía cara al pueblo, cambió la función de la Eucaristía como “signo”. El elemento sacrificial de la Eucaristía quedó debilitado a favor del aspecto de banquete. El altar, como signo, cambió de código: de ser el punto de encuentro entre Dios y la humanidad en comunión sacrificial, pasó a ser la mesa del banquete eucarístico» (L 126).
Prosigue Lang: «El carácter sacrificial de la Eucaristía debiera encontrar una expresión adecuada en el rito concreto. Ni siquiera la mejor catequesis mistagógica podrá compensar el declive de la comprensión de la Misa entre los católicos, si la celebración litúrgica da señales de lo contrario» (127).
–Cuando la Misa se celebra como una reunión de gente, como algo relativamente normal y corriente, se ausentan de ella los cristianos. No se presenta como algo sagrado, transcendente, como un grandioso mysterium fidei, glorificador de Dios (doxológico) y decisivo para la salvación eterna de los hombres (soteriológico): como algo, en fin, de lo que en modo alguno es lícito faltar sin grave razón. Pero en la Eucaristía, como observa Lang, «los recientes cambios litúrgicos transmiten la impresión de que no sucede nada extraordinario» (L 115).
Al atenuar, concretamente, en la Eucaristía los signos litúrgicos sagrados que expresan su condición sacrificial –aunque permanezca ésta reiteradamente expresada en las Plegarias y en la consagración: «éste es mi cuerpo que se entrega, y mi sangre que se derrama para el perdón de los pecados»–, se oscurece en los fieles y en el mismo sacerdote la conciencia de que realmente están ofreciendo en el altar el sacrificio de la Nueva Alianza, la continua clave misteriosa de la salvación del mundo. Señor, «ordena en tu paz nuestros días, líbranos de la condenación eterna y cuéntanos entre tus elegidos» (Canon romano).
Pero si se debilita en la Misa tanto el sentido doxológico de la glorificación de Dios como el de la salvación de los hombres, si al parecer «no sucede en ella nada extraordinario», es previsible que descenderá enormemente la asistencia de los fieles a la Misa dominical. La realidad experimental lo testifica: en medio siglo se ha pasado en muchas Iglesias locales de un 80% de cristianos asistentes a un 10 o a un 5%. De este hecho pésimo, cuya magnitud es única en la historia de la Iglesia, apenas se oye nunca un diagnóstico verdadero y realista, que explique seriamente el hecho por sus causas.
–La Misa coram populo, paradójicamente, clericaliza la celebración litúrgica. No parece, pues, que con ella haya aumentado, como lo pretendía el Concilio, «la participación activa de los fieles», pues aunque los laicos «intervengan» más en acciones exteriores, ha crecido mucho el protagonismo personal, visual, expresivo, y ocasionalmente creativo, del sacerdote concreto celebrante. Y por otra parte, la inmensa mayoría de los laicos no participa activamente en la Misa en modo alguno, porque simplemente no asiste a ella.
Hans Urs von Balthasar [1978], acerca de estos datos de experiencia difícilmente discutibles, observaba: «Un elemento carente de todo buen gusto se ha colado en la liturgia a partir del Concilio [Vaticano II, falsamente interpretado]: la jovialidad y familiaridad del celebrante con la asamblea. Y es que la gente acude a orar, y no precisamente a pasarlo bien. Por esa interpretación errónea, se puede tener la extraña impresión de que la liturgia postconciliar se ha hecho más clerical de lo que era cuando el sacerdote ejercía sus funciones como un puro siervo del misterio que se celebraba. Antes y después de la celebración litúrgica cuadra perfectamente cualquier contacto personal; pero durante la ceremonia, la atención deberá dirigirse exclusivamente hacia el único Señor» (L 116-117).
«La visibilidad de las acciones del celebrante en el altar [vuelto de cara al pueblo], como ya se ha visto –dice Lang–, no despertaba gran interés entre los cristianos del primer milenio. El hecho de mirar al celebrante no se consideraba un requisito para la participación real en la plegaria litúrgica. El principio más importante no era la posibilidad de ver, sino la capacidad de oír».
Así lo expresa Michel Napier [1972]: «La idea de que, durante la Misa, los fieles son, en cierto sentido, espectadores de lo que ocurre en el altar es el desgraciado residuo de un período en el que no había otra elección. Si eso sobrevive en la nueva liturgia, quiere decir que no se ha entendido en absoluto la finalidad de la reforma. No cabe duda que lo mejor para mantener esa idea será presentar la liturgia de un modo que centre la atención en las acciones del sacerdote en el altar» (L 118)… o en sus alrededores.
La actuación del celebrante de cara al pueblo, aunque no lo pretenda, suscita un protagonismo activo del sacerdote, que reduce a los fieles a meros espectadores… con frecuencia aburridos, deseosos de terminar pronto, y a veces, escandalizados. Lang hace notar que:
«la posición versus populum tiene sentido en las partes de la misa en las que sacerdote y pueblo entran en diálogo, especialmente en la liturgia de la Palabra. Pero el principio fundamental del culto cristiano es el diálogo entre el pueblo de Dios (que incluye al celebrante) y el propio Dios, que es al que se dirige la oración [y la ofrenda]. Si ese principio no está claro en la configuración de la liturgia, dará la impresión la Eucaristía de ser sólo una instrucción puramente catequética… La posición del celebrante y pueblo cara a cara es adecuada para una catequesis, pero no para la celebración de la Eucaristía» (L 119). «El sacerdote sólo se dirige al pueblo durante las partes dialogadas de la Misa. Fuera de eso, celebrante y pueblo oran al Padre, por medio de Cristo, en la unidad del Espíritu Santo» (L 121).
–La celebración de la Eucaristía coram Deo fomenta la adoración contemplativa. Así lo expresa Max Thurian en el artículo “La Liturgie, contemplation du mystère”, publicado en el órgano oficial de la Congregación para el Culto Divino («Notitiae» 32, 1996, 690-697).
En la Eucaristía actual «la celebración discurre como si se tratara de una conversación o de un diálogo, sin lugar para la adoración, la contemplación o el silencio. El hecho de que el celebrante y los fieles estén continuamente cara a cara cierra la liturgia en sí misma, en su propio desarrollo… [Esa disposición] hace que la asamblea se centre en sí misma, sin permitir su orientación contemplativa hacia el lugar simbólico de la presencia del Señor, en clima de adoración y de expectativa escatológica de su regreso» (L 128-129).
–La solución propugnada por un buen número de autores consiste en que se celebre versus populum la Liturgia de la Palabra y versus Dominum la Liturgia del Sacrificio eucarístico. Este planteamiento acabará probablemente por imponerse en una reforma de la reforma litúrgica postconciliar que, también probablemente, se realizará en la Iglesia cuando Dios quiera. Ratzinger en varios textos, Thurian (L 129-130) y bastantes autores altamente fidedignos vienen recomendado ya hace años esa forma litúrgica de la Misa.
Lang: «Se podría combinar la posición cara a cara de sacerdote y pueblo en los Ritos de Introducción, la Liturgia de la Palabra, algunas partes del Rito de Comunión, y el Rito conclusivo. Mientras que en la Liturgia de la Eucaristía, propiamente dicha, especialmente durante el Canon, sería aconsejable una orientación común de la plegaria» (Lc 23; cf. 134).
–La gran reforma que hoy necesita la Iglesia depende principalmente de una reafirmación de la Eucaristía en cuanto sacrificio de adoración, de acción de gracias y de expiación por el pecado. Muchas reformas son hoy urgentes en la Iglesia –la falta de fe en el Evangelio, en su historicidad; la vigencia impune de innumerables herejías; el absentismo masivo en la Misa dominical; la carencia de vocaciones; la anticoncepción generalizada en los matrimonios y el gran descenso de la natalidad; la restauración del sacramento de la penitencia, de la actividad evangelizadora de las misiones, etc.–. Pero siendo la Eucaristía «fuente y cumbre» de toda la vida de la Iglesia (LG 11), es evidente que la reforma más urgente afecta a la manera generalizada de entender y de celebrar el santo sacrificio de la Misa.
Creo que acierta Lang cuando, refiriéndose a la celebración versus Dominum, dice que «la recuperación de esa idea es indispensable para la buena salud de la Iglesia de hoy» (L 38). Así es, y concreto más esa afirmación en dos cuestiones de enorme importancia: mientras la Eucaristía no sea entendida y significada claramente en la sagrada liturgia como el Sacrificio de la Nueva Alianza 1º.–la inmensa mayoría de los bautizados se mantendrá ausente de la Misa dominical, se alejará habitualmente de las celebraciones eucarísticas horizontales, más o menos secularizadas y predominantemente convivenciales; 2º.–y persistirá igualmente la falta de vocaciones sacerdotales y religiosas.
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