Sandro Magister
En el discurso de adiós a los sacerdotes de Roma, el impresionante acto de acusación de Benedicto XVI a la interpretación política del Vaticano II hecha por los medios de comunicación, durante las sesiones y después.
ROMA, 15 de febrero de 2013 - A los sacerdotes de su diócesis, con quienes se ha encontrado ayer por última vez antes de su abandono del cargo, Benedicto XVI quiso entregarles "una pequeña conversación sobre el Concilio Vaticano II, tal como yo lo he visto".
En realidad, la "pequeña conversación" se prolongó por casi 40 minutos, con el auditorio siempre atento al extremo.
Joseph Ratzinger habló improvisando sus palabras, sin arrojar en ningún momento una mirada a sus apuntes.
Procedió por grandes capítulos, cada uno de ellos dedicado a las mayores cuestiones afrontadas una tras otra por el Concilio: la liturgia, la Iglesia, la Revelación, el ecumenismo, la libertad religiosa, la relación con el judaísmo y las otras religiones.
De cada uno de estos temas detalló lo que estaba en juego y contó cómo los padres conciliares confrontaron en ellos. Con pasajes de gran interés sobre el concepto de Pueblo de Dios y sobre la relación entre Escritura y Tradición.
Pero a todo ello le agregó una premisa y un final que impresionaron particularmente a los presentes.