Juan Pablo II y los movimientos eclesiales
Los movimientos eclesiales y las nuevas comunidades «son la respuesta, suscitada por el Espíritu Santo, a este dramático desafío del fin del milenio»[2], afirmó el Papa Juan Pablo II a los millares de miembros de movimientos que colmaron y rebasaron la plaza San Pedro avanzando sobre la vía de la Conciliación, en dirección al río Tíber. Fue la tarde de la vigilia de Pentecostés, el 30 de mayo de 1998. Se trató de un acontecimiento inédito. Por primera vez el Sucesor de Pedro convocaba a un encuentro con él a estas nuevas formas de vida asociada que han recibido el calificativo de movimientos eclesiales. El Santo Padre había invitado a sus integrantes a dar «un testimonio común» en el año dedicado al Espíritu Santo. Para ello encomendó al Pontificio Consejo para los Laicos la organización de un Congreso mundial de los movimientos eclesiales, así como de un gran Encuentro en la plaza San Pedro. Todo ello culminaría con la celebración de la Eucaristía en la magna solemnidad de Pentecostés el domingo 31 de mayo.
1. Los movimientos eclesiales en el hoy de la Iglesia
¿Qué son estos movimientos eclesiales? ¿Qué lugar ocupan en la vida del Pueblo de Dios? ¿Qué aportan a la misión de la Iglesia en el umbral del tercer milenio de la fe?
Los llamados movimientos eclesiales forman parte de un florecimiento singularmente fecundo de nuevas formas de vida asociada que el Espíritu Santo ha suscitado en la Iglesia en los últimos tiempos. No ha sido un hecho humanamente planificado. Ha acontecido de manera inesperada y sobre todo espontánea. Ciertamente no es un fenómeno uniforme. El Espíritu Santo ha hecho brotar distintos tipos de comunidades que han ido haciendo su propio camino, acentuando, en la unidad de la fe de la Iglesia, aspectos o perspectivas del Evangelio y de la vida como creyentes, y plasmando sus objetivos y servicios de manera particular dentro de la comunión eclesial. Esto ha generado una rica e interesante diversidad de expresiones en el Pueblo de Dios. En este caminar no han faltado tampoco las dificultades, algunas de ellas dolorosas. No es extraño que lo nuevo suela encontrar problemas para abrirse camino. Hay de eso, y también de la experiencia de un tiempo de maduración que viene a menudo acompañado de tensiones que bien pueden llamarse de discernimiento y crecimiento.
Un poco por la novedad y por la importancia de los conceptos parece oportuno detenerse a reflexionar sobre el alcance del nombre movimientos eclesiales y lo apropiado de su uso cuando se habla en general, y sobre lo atentos que hay que estar para evitar globalizaciones que pueden confundir. Así pues, parece evidente que se puede hablar, en términos generales, de un fenómeno amplio con características semejantes. En ello es recomendable tener presente que se trata de respuestas suscitadas por el Espíritu Santo en el seno del Pueblo de Dios para una misma época y ante desafíos comunes. Ello da una determinada fisonomía que permite encuadrar a los movimientos eclesiales en un cierto tipo de manifestación de la Iglesia de cara al tercer milenio. Pero es igualmente claro que dentro de dicho fenómeno general se dan realidades y expresiones diversas, con impostaciones, estilos, características y métodos diferentes. De ahí que haya que tener prudencia al ensayar globalizaciones que integren a todas estas nuevas expresiones asociadas. Para reflejar adecuadamente la realidad concreta habría que distinguir aquello que es común y aquello que no lo es. En algunos casos no está bien diluir en generalizaciones las diferencias, historias e identidades propias de cada cual en sus manifestaciones particulares. Para reconocer debidamente esta doble realidad de lo común y de lo particular, cuando se deja de hablar en sentido lato, es apropiado tener en cuenta las características propias de cada caso concreto al que se hace referencia. Vale aquí lo mismo que sucede con la vida consagrada. Si bien se puede hablar de la vida consagrada en general, y ciertamente así se viene haciendo siempre que se trate de una perspectiva global que apunta a los fundamentos o manifestaciones comunes de la misma, se puede y se debe distinguir, siempre que ello sea pertinente, las características y formas concretas de una determinada congregación o instituto. Atribuir a toda la vida consagrada las características de una o dos de sus manifestaciones concretas ayudaría muy poco, cuando no confundiría, a la comprensión de la rica y plural realidad que la vida consagrada tiene en la Iglesia.
Señalada esta necesaria precisión, hay que destacar que el término que ha encontrado mayor fortuna para denominar esta nueva y variopinta floración asociativa es el de movimientos eclesiales[3]. Al parecer las raíces de esta expresión se encuentran en las grandes corrientes sociales, culturales y religiosas de las décadas anteriores. Se habla así de nuevos movimientos eclesiales como de un concepto que engloba formas nuevas de vida asociada en el Pueblo de Dios que han surgido en estos últimos tiempos, y que si bien agrupan sobre todo a laicos, incluyen también a clérigos y consagrados. En los últimos años han comenzado a multiplicarse los documentos y trabajos que tratan de explicar este fenómeno abriendo un interesante horizonte de reflexión[4]. Se han ensayado diversas definiciones sin llegar a una totalmente satisfactoria. Por eso quizás muchos han optado por quedarse en las descripciones del fenómeno antes que ensayar una definición. El concepto expresa a la vez una realidad carismática y otra sociológica que no deben ser confundidas. La carismática se refiere a un don del Espíritu Santo que se plasma en formas concretas en las que se acentúan diversos elementos del único misterio de fe así como algunos aspectos de la vida cristiana. Esta dimensión carismática encuentra su garantía de veracidad en el discernimiento que hace la jerarquía de la Iglesia. La sociológica se refiere a una forma de organización que incluye los aspectos más o menos comunes de toda asociación o vinculación entre personas.
El Papa Juan Pablo II ofreció una importante iluminación en su Magisterio durante los días de Pentecostés de 1998 sobre lo que son los movimientos eclesiales. Lo primero y principal que se debe destacar en lo que el Romano Pontífice enseña sobre los movimientos es algo a la vez muy simple y esencial: son una «propuesta de vida cristiana»[5]. Lo había señalado en la vigilia de Pentecostés de 1996, cuando convocó a la celebración en el año dedicado al Espíritu Santo. Y lo volvió a afirmar en el mensaje que envió al Congreso mundial de los movimientos eclesiales. Son pues caminos concretos para acoger en la propia existencia la vida que el Señor Jesús nos trajo. En el Encuentro lo planteó de una hermosa manera: «En los movimientos y en las nuevas comunidades habéis aprendido que la fe no es un discurso abstracto ni un vago sentimiento religioso, sino vida nueva en Cristo, suscitada por el Espíritu Santo»[6]. Se trata de ámbitos para la formación de una vida cristiana consciente y apostólica, que ha de crecer en la comunión de la Iglesia, aportando su fervor y caridad en el esfuerzo cotidiano por vivir el Plan de Dios como contribución a la edificación de la Iglesia. Toda la vida cristiana, como despliegue del Bautismo y la Confirmación, toma fuerza y se dirige a la Eucaristía, el Sacrificio, memorial de la muerte y resurrección del Señor, por el que se significa y realiza la unidad del Pueblo de Dios[7]. Queda así en evidencia su eclesialidad, inscrita en la rica tradición de la Iglesia, con dos mil años de historia. No hay, pues, propiamente ninguna novedad en esto. Lo que aportan los movimientos son nuevas maneras, nuevos estilos, de vivir la fe. Es decir, son portadores del germen de la renovación; de una renovación en continuidad, ciertamente.
En el mensaje al Congreso mundial de los movimientos eclesiales el Papa Juan Pablo II ofreció algunas importantes orientaciones sobre lo que caracteriza a los movimientos. Recogiendo las muchas interrogantes que se alzan sobre lo que constituye un movimiento eclesial el Santo Padre se hizo la siguiente pregunta: «¿Qué se entiende, hoy, por "movimiento"?»[8]. Su respuesta es iluminadora: «El término se refiere con frecuencia a realidades diferentes entre sí, a veces, incluso por su configuración canónica. Si, por una parte, ésta no puede ciertamente agotar ni fijar la riqueza de las formas suscitadas por la creatividad vivificante del Espíritu de Cristo, por otra indica una realidad eclesial concreta en la que participan principalmente laicos, un itinerario de fe y de testimonio cristiano que basa su método pedagógico en un carisma preciso otorgado a la persona del fundador en circunstancias y modos determinados»[9].
En medio de los desafíos y problemas entre los que peregrina la Iglesia en estos tiempos el surgimiento de estas comunidades trae un viento fresco que despierta esperanzas y abre nuevos horizontes de servicio evangelizador. El Papa Juan Pablo II habla de una nueva primavera para la Iglesia que se insinúa en estos nuevos brotes llenos de vigor, y la vincula directamente al Concilio Vaticano II. Algunos piensan que esta época sería en cierto sentido parangonable con otras que vieron el crecimiento de comunidades de cristianos que fueron dóciles al influjo del Espíritu Santo para la renovación de la Iglesia en vistas a los desafíos de su tiempo y lugar. Estas comunidades y asociaciones de bautizados se plasmaron de diversas formas -siempre en directa relación a su tiempo y cultura- y generaron grandes movimientos de renovación. Por esa razón muchos -como, por ejemplo, el Cardenal Joseph Ratzinger[10]- no dudan en hacer un paralelo entre nuestro tiempo y otros del pasado en los que también se dio un florecimiento de experiencias que bien podrían englobarse bajo el concepto de movimiento.
2. La celebración de Pentecostés de 1998
La celebración de la solemnidad de Pentecostés de 1998 le dio la oportunidad al Papa Juan Pablo II de ofrecer algunas importantes orientaciones y reflexiones sobre los aspectos fundamentales de este fenómeno que viene creciendo en los últimos tiempos. La ocasión no podía ser más propicia. Si había que pensar en una fecha central en el año dedicado al Espíritu Santo, en el camino de preparación del Pueblo de Dios para el Gran Jubileo del 2000, ésa ciertamente era Pentecostés. En un gesto muy elocuente el Santo Padre escogió esa fecha tan importante para congregar a estas asociaciones eclesiales que ponen de manifiesto de manera tan vital la acción del Espíritu. Y al hacerlo quiso también fortalecer la comunión que él como Sucesor del Apóstol Pedro está llamado a cuidar y promover.
El Santo Padre tuvo la oportunidad de dirigirse en tres ocasiones a los miembros de los movimientos eclesiales durante esos días:
1. Mensaje al Congreso mundial de los movimientos eclesiales (27/5/1998);
2. Discurso en el Encuentro con los movimientos eclesiales y las nuevas comunidades (30/5/1998);
3. Homilía en la Eucaristía en la solemnidad de Pentecostés (31/5/1998).
La ocasión puso claramente de manifiesto que el gran motivo detrás de todo este programa era la celebración del don del Espíritu Santo; don que, entre otras realidades, se manifiesta a través de la rica diversidad de aquellas nuevas experiencias eclesiales que se ha venido a llamar movimientos eclesiales. El Papa citó en su discurso durante el Encuentro del sábado un pasaje de San Pablo muy significativo que expresa esta diversidad que el Espíritu anuda en una sola realidad, en una misma fe y comunión: «Hay diversidad de carismas, pero el Espíritu es el mismo, (...) el Señor es el mismo, (...) es el mismo Dios que obra todo en todos»[11]. Tanto en el Congreso como en el Encuentro en la plaza San Pedro se manifestó la riqueza de los diversos carismas, con sus distintos métodos formativos y modalidades de acción y servicio. Pero al mismo tiempo se pudo percibir el espíritu de comunión eclesial que unía a los presentes, para los cuales, además, es de capital importancia la constante referencia al ministerio petrino y su servicio a la unidad de la Iglesia.
El Papa Juan Pablo II ha manifestado reiteradamente que considera que los movimientos eclesiales y las nuevas comunidades, tomadas así en términos generales, constituyen un don del Espíritu Santo para la Iglesia en este tiempo. Lo había dicho claramente en la vigilia de Pentecostés de 1996: «Uno de los dones del Espíritu Santo a nuestro tiempo es, ciertamente, el florecimiento de los movimientos eclesiales»[12]. Y lo reiteró en sus palabras tanto al Congreso como al Encuentro, presentando a los movimientos como «suscitados por el Espíritu de Cristo para dar un nuevo impulso apostólico a toda la comunidad eclesial»[13].
El Santo Padre se aproxima a la experiencia de los movimientos eclesiales y nuevas comunidades a partir de la acción del Espíritu Santo en el Pueblo de Dios. El gran telón de fondo es sobre todo lo que aconteció en el Cenáculo de Jerusalén en Pentecostés. «¡Cómo no dar gracias a Dios por los prodigios que el Espíritu no ha dejado de realizar en estos dos milenios de vida cristiana!»[14], exclamó en su homilía en la Misa de Pentecostés. A lo largo de la historia se han seguido comprobando los frutos maravillosos de aquel acontecimiento del Cenáculo. También hoy, añadió el Romano Pontífice, el Espíritu Santo «da vida a carismas y dones siempre nuevos, que atestiguan su incesante acción en el corazón de los hombres. Prueba elocuente de ello es esta solemne liturgia, en la que están presentes numerosísimos miembros de los movimientos y las nuevas comunidades, que durante estos días han celebrado en Roma su congreso mundial. Ayer, en esta misma plaza de San Pedro, vivimos un inolvidable encuentro de fiesta, con cantos, oraciones y testimonios. Experimentamos el clima de Pentecostés, que hizo casi visible la fecundidad inagotable del Espíritu en la Iglesia»[15].
Los movimientos son un don del Espíritu para la Iglesia en vistas a su misión en el aquí y ahora de la historia. Han sido suscitados en función de los desafíos con los que la Iglesia se está encontrando en estos tiempos. Los movimientos, destacó el Santo Padre, generan «un renovado impulso misionero, que lleva a encontrarse con los hombres y mujeres de nuestra época, en las situaciones concretas en que se hallan»[16]. Los carismas que el Espíritu Santo derrama en su Pueblo constituyen una llamada «a vivir en plenitud, con inteligencia y creatividad, la experiencia cristiana»[17], lo cual, señaló el Papa, «es el requisito para encontrar respuestas adecuadas a los desafíos y urgencias de los tiempos y de las circunstancias históricas siempre diversas»[18].
Este nuevo impulso apostólico que el Espíritu Santo suscita debe ser entendido en relación con los desafíos del tiempo actual en el que se difunde cada vez más un clima de secularización donde se prescinde de Dios en una suerte de agnosticismo funcional. «En nuestro mundo, frecuentemente dominado por una cultura secularizada que fomenta y propone modelos de vida sin Dios -afirmó el Papa en el Encuentro-, la fe de muchos es puesta a dura prueba y no pocas veces sofocada y apagada. Se siente, entonces, con urgencia la necesidad de un anuncio fuerte y de una sólida y profunda formación cristiana. ¡Cuánta necesidad existe hoy de personalidades cristianas maduras, conscientes de su identidad bautismal, de su vocación y misión en la Iglesia y en el mundo! ¡Cuánta necesidad de comunidades cristianas vivas! Y aquí entran los movimientos y las nuevas comunidades eclesiales: son la respuesta, suscitada por el Espíritu Santo, a este dramático desafío del fin del milenio. Vosotros sois esta respuesta providencial»[19].
3. Una confirmación y un exigente aliento
Desde los comienzos de su pontificado el Papa Juan Pablo II ha alentado a los movimientos eclesiales. Su prédica en favor de estas nuevas expresiones de vida asociada en la Iglesia ha sido constante. Esto se ha visto tanto en sus documentos como en sus encuentros y visitas pastorales a lo largo y ancho del planeta. Ha ofrecido así importantes criterios de orientación sobre su identidad y su lugar en la vida y misión de la Iglesia. No ha cejado en impulsarlos a una mejor y más fecunda inserción en las realidades de las Iglesias particulares, al tiempo que ha pedido insistentemente que se les acompañe en dicho proceso y se les dé el espacio para que puedan fructificar y ofrecer sus dones a toda la Iglesia. Ha solicitado reiteradamente que se respete y valore su carisma y por lo tanto se resguarde su identidad, mientras que ha animado a los movimientos a que den frutos de santidad en fidelidad al carisma recibido. Con paciencia ha limado asperezas y promovido el encuentro, alentando a que se superen reservas y recelos. De esta forma ha fortalecido la comunión en el Pueblo de Dios y ha abierto cauces para que las nuevas expresiones eclesiales que el Espíritu Santo está suscitando para estos tiempos de cambios y crisis puedan ir desarrollándose y dando fruto aportando a la misión de la Iglesia.
¿Cómo interpretar la celebración de Pentecostés con los movimientos eclesiales y las nuevas comunidades en el año dedicado precisamente al Espíritu Santo camino al tercer milenio?
Ante todo se trata de un gesto del Sucesor de San Pedro, un gesto elocuente de aprecio y valoración de estas nuevas expresiones eclesiales. La figura venerable del Pastor de blanco que saludaba a la multitud que desbordaba la plaza San Pedro hizo presente para los hijos de la Iglesia la roca en la que el Señor Jesús quiso cimentar su Iglesia. Él, Pedro para nosotros, quiso este encuentro. Fue él mismo quien invitó a los movimientos para dar ese «testimonio común». Era la primera vez que se hacía una convocatoria de este tipo. El Papa lo sabía y lo explicitó afirmando que se trataba de un acontecimiento «inédito». Con la conciencia de la trascendencia de lo que hacía, convocó y confirmó en la fe y la comunión de la Iglesia a los movimientos eclesiales. Recapituló así veinte años de siembra y seguimiento a estas nuevas realidades. Y los lanzó hacia el futuro, hacia el tercer milenio, para que asuman con ardor y creatividad, con fidelidad y amor a la Iglesia, los nuevos desafíos que se están alzando en muchos casos amenazantes pero preñados de oportunidades pastorales.
Pero además, con la mirada y el corazón puestos en el tercer milenio, Juan Pablo II ha ofrecido una síntesis, hermosa y precisa a la vez, de sus enseñanzas sobre los nuevos movimientos eclesiales y su lugar en la Iglesia. Los tres textos que ofreció en esos días recogen aspectos importantes de sus reflexiones y de sus orientaciones al respecto, y las presentan de manera orgánica. El Papa ha recapitulado y reafirmado sus intuiciones y sus expectativas centrales. Retomando las líneas matrices de su Magisterio sobre el particular ha ofrecido una pequeña suma de los aspectos teológicos y pastorales principales. Y lo ha hecho colocando como gran marco de todo la acción vivificadora del Espíritu Santo.
Su gesto y sus palabras son también una confirmación y un exigente aliento. El Papa ha confirmado la figura y el valor de los movimientos eclesiales. Ha confirmado definitivamente un cauce dentro del Pueblo de Dios que descubre suscitado por el Espíritu de vida y verdad para dinamizar y renovar la vida cristiana y el impulso misionero. Como Sucesor del Apóstol San Pedro, y por tanto como principio y fundamento perpetuo y visible de la unidad del Pueblo de Dios, ha confirmado a los movimientos eclesiales en la comunión de la Iglesia toda. Pero, a la vez, los ha alentado a responder al don recibido, a cuidar lo que deben administrar, a ser fieles a la fe de la Iglesia, a que desarrollen el carisma que se les ha confiado y a que lo pongan con parresía al servicio de la misión de la Iglesia. Como señaló en otra ocasión, la comunión eclesial es «un gran don del Espíritu Santo» que debe ser acogido «con gratitud» y al mismo tiempo «con profundo sentido de responsabilidad»[20].
Sus palabras son asimismo una invitación a la fidelidad y a la madurez en el servicio a la misión de la Iglesia. El Santo Padre ha ofrecido un hermoso conjunto de orientaciones que, por un lado, recogen los frutos ya visibles de estas nuevas formas asociativas que ha suscitado el Espíritu Santo, al tiempo que, por otro lado, constituyen un horizonte hacia el cual caminar en la búsqueda de la fidelidad al designio divino. Son palabras claras y exigentes, que plantean las características de lo que es una auténtica experiencia eclesial, en apertura al Espíritu y en función de la misión de la Iglesia. Así, recuerdan como condición de fecundidad la fidelidad a la invitación del Espíritu Santo, que es fidelidad a la gracia bautismal y su despliegue.
El Papa espera que los movimientos «den copiosos frutos para bien de la Iglesia y de la humanidad entera»[21]. Pero un sarmiento sólo puede dar fruto si está unido a la vid. El Señor Jesús es la «vid verdadera»[22], y nos enseña que no se puede dar fruto si no se permanece en Él. «Yo soy la vid; vosotros los sarmientos. El que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto; porque separados de mí no podéis hacer nada»[23]. El Papa Juan Pablo II es consciente de que esos frutos deben crecer en medio de situaciones difíciles, en medio de limitaciones y debilidades. Por ello espera que se inicie una nueva y exigente etapa donde se manifieste más ampliamente la madurez evangélica de los movimientos. Esta nueva etapa de madurez no está, sin embargo, desprovista de exigencias para los dirigentes e integrantes de los movimientos. La guía del Magisterio y la fidelidad a la fe y misión de la Iglesia son claves de discernimiento para recorrer el camino hacia el futuro, ayudando a construir una cultura según el Plan de Dios. Por eso en el Encuentro afirmó: «Hoy ante vosotros se abre una etapa nueva: la de la madurez eclesial. Esto no significa que todos los problemas hayan quedado resueltos. Más bien, es un desafío, un camino por recorrer. La Iglesia espera de vosotros frutos "maduros" de comunión y de compromiso»[24]. La comunión y el compromiso en la fe y la misión de la Iglesia quedan constituidos así como ineludibles coordenadas para depurar la acción y en general la respuesta de cada movimiento buscando ser fieles a los impulsos del Espíritu. Este asunto es sumamente importante, pues evita un triunfalismo superficial y toca la realidad profunda de la respuesta, con la fuerza de la gracia, de personas heridas por el pecado y que desde la conciencia de su fragilidad aspiran a responder libremente a los amorosos impulsos del Espíritu Santo.
Toda llamada del Espíritu espera una respuesta, como la dio Santa María con su fiat. De la misma manera hay que decir que todo don conlleva como correlato un compromiso. El fiat que los movimientos deben dar a la llamada del Espíritu es la condición primera para que el don fructifique, según la gracia de Dios. Y eso implica un exigente compromiso. Los miembros de los movimientos deben ser conscientes de la enorme responsabilidad que significa haber sido convocados por el Espíritu a formar parte de estas nuevas respuestas para los desafíos de este tiempo. Se explicita así una responsabilidad frente al Espíritu que convoca. Pero se pone también de manifiesto una responsabilidad frente a la Iglesia toda. Los carismas que han recibido son para utilidad de todo el Pueblo de Dios y deben ser puestos al servicio de la misión. No son dones para un bien particular. Los movimientos tienen, en consecuencia, una ineludible responsabilidad con relación a todo el Pueblo de Dios que debe ser asumida con seriedad y coherencia en la comunión.
El Santo Padre ha alentado a que se ofrezca a los movimientos eclesiales y a las nuevas comunidades las vías para que fructifiquen según el designio divino y aporten sus energías y riquezas en la renovación de la vida cristiana y en las tareas de la evangelización. Pero eso supone también que los movimientos asuman su responsabilidad y, en fidelidad al designio divino, pongan los medios para acoger la gracia que el Espíritu derrama. Podrán así crecer en frutos de santidad para bien del Pueblo de Dios y de los hombres y mujeres de estos tiempos. Ello debe ser hecho desde la comunión de la Iglesia, en todas sus instancias, y con la convicción de que sólo desde la comunión se pueden esperar verdaderos frutos de santidad. Todo esto estaba magníficamente bien resumido en el tema del Congreso: comunión y misión en los umbrales del tercer milenio.
4. Mirando el tercer milenio
Juan Pablo II espera que cada vez se manifieste más «la fecunda vitalidad de los movimientos en el Pueblo de Dios, que se prepara para cruzar el umbral del tercer milenio»[25]. El Papa explicitó que tenía la mirada puesta en el Gran Jubileo del 2000, cuando celebraremos la amorosa Encarnación del Verbo Eterno en el seno de la Inmaculada Virgen María. Refiriéndose al sábado por la tarde, el Papa habló de «este extraordinario encuentro, que nos proyecta hacia el gran jubileo del año 2000»[26]. Tenía, a la vez, presente el tercer milenio de la fe, tiempo en el que espera que los movimientos den mucho fruto. Por ello en el Encuentro afirmó: «Jesús dijo: "He venido a traer fuego a la tierra y ¡cuánto desearía que ya estuviera encendido!"[27]. Mientras la Iglesia se prepara a cruzar el umbral del tercer milenio, acojamos la invitación del Señor, para que su fuego se encienda en nuestro corazón y en el de nuestros hermanos»[28].
De esta manera también ha señalado a los movimientos eclesiales y a las nuevas comunidades como un ámbito donde está actuando el Espíritu Santo en vistas a los tiempos advenientes. Un pasaje de su homilía en la Misa del domingo resume bien su convicción: «Los movimientos y las nuevas comunidades, que son expresiones providenciales de la nueva primavera suscitada por el Espíritu con el Concilio Vaticano II, constituyen un anuncio de la fuerza del amor de Dios que, superando todo tipo de divisiones y barreras, renueva la faz de la tierra, para construir en ella la civilización del amor»[29]. En un mundo lleno de rupturas y de conflictos, los movimientos eclesiales pueden ser testimonio del amor reconciliador del Padre, quien en el Señor Jesús ofreció la reconciliación que restableció la comunión perdida y derrumbó los muros que separaban a los pueblos. En medio de las rupturas y divisiones los movimientos están invitados a predicar la Palabra de la reconciliación[30], que es el fundamento de una sociedad más justa, fraterna, solidaria y reconciliada.
A través de lo que está aconteciendo en los movimientos eclesiales se pueden apreciar algunos de los desafíos que están apareciendo y que en cierto modo permiten ya vislumbrar algunas de las pistas por las que transitará la humanidad en el nuevo milenio. Juan Pablo II es consciente de que estamos en una época de profundas transformaciones con hondas repercusiones culturales y grandes desafíos. Una de las características más graves que se está difundiendo en sectores cada vez más amplios es una prescindencia de Dios. Incluso en sociedades tradicionalmente cristianas se está produciendo un alejamiento de Dios y una marginación de la verdad del Señor Jesús. En el trasfondo se descubre una crisis en torno a la verdad que está generando un agnosticismo funcional. Hay como un quiebre que está avanzando culturalmente y que hace difícil que las nuevas generaciones escuchen la Buena Nueva y se adhieran con generosidad a ella. Todo esto llama a un serio discernimiento por parte de la Iglesia con relación a los nuevos desafíos que la sociedad adveniente traerá. En esta tarea no se puede prescindir de aquello que el Espíritu Santo ha suscitado en respuesta a los tiempos actuales de cara al futuro. Observar cómo se va manifestando el Espíritu en estas nuevas realidades eclesiales y cómo los que se encuentran inmersos en ellas procuran responder a lo que creen que el Espíritu los llama, puede ser una eficaz ayuda para encontrar los caminos nuevos que permitan llevar al corazón del ser humano de este tiempo la verdad del Señor Jesús, el mismo ayer, hoy y siempre[31].
Invocando el auxilio de Santa María el Santo Padre ha alentado a los movimientos eclesiales a que asuman su responsabilidad en la Iglesia de cara a los tiempos advenientes. Ha vuelto a señalar a la Madre del Señor como modelo de acogida del Espíritu. Su fiat debe servir de paradigma para aprender la verdadera docilidad ante la acción del Espíritu. «A María -dijo en el Encuentro-, primera discípula de Cristo, Esposa del Espíritu Santo y Madre de la Iglesia, que acompañó a los Apóstoles, en el primer Pentecostés, dirijamos nuestra mirada para que nos ayude a aprender de su fiat la docilidad a la voz del Espíritu»[32]. En la Meditación mariana que hizo después de la Misa de Pentecostés señaló también: «A la Reina de los Apóstoles encomendamos los movimientos y las demás formas de compromiso misionero que han surgido durante estos últimos años»[33].
Y con la lección aprendida en la escuela de María, invocó el Papa la presencia del Espíritu Santo para que derrame sus bendiciones en los corazones de los fieles, y en especial de los miembros de los movimientos eclesiales: «Hoy, en este cenáculo de la plaza de San Pedro, se eleva una gran oración: ¡Ven Espíritu Santo! ¡Ven y renueva la faz de la tierra! ¡Ven con tus siete dones! ¡Ven, Espíritu de vida, Espíritu de verdad, Espíritu de comunión y de amor! La Iglesia y el mundo tienen necesidad de ti. ¡Ven, Espíritu Santo, y haz cada vez más fecundos los carismas que has concedido!»[34].
Fuente: BIBLIOTECA ELECTRÓNICA CRISTIANA – BEC – VE MULTIMEDIOS
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Notas:
[1] Germán Doig Klinge (1957-2001), fue Vicario General del Sodalicio de Vida Cristiana, miembro del Pontificio Consejo para los Laicos y formaba parte del Consejo Editorial de la revista «VE». Participó como auditor en la Asamblea especial para América del Sínodo de los Obispos. Entre sus obras se cuentan: Juan Pablo II y la cultura en América Latina; Derechos humanos y enseñanza social de la Iglesia; El silencio y la liturgia; De Río a Santo Domingo; Diccionario Río, Medellín, Puebla, Santo Domingo.
[2] Juan Pablo II, Discurso en el Encuentro con los movimientos eclesiales y las nuevas comunidades, 30/5/1998, 7 (a partir de ahora Encuentro).
[Puede leerlo en:
Para profundizar sobre los Movimientos Eclesiales, haga clic en los siguientes enlaces:
Mire el video de Germán Doig sobre "Los Movimientos Eclesiales"
Los movimientos eclesiales y las nuevas comunidades «son la respuesta, suscitada por el Espíritu Santo, a este dramático desafío del fin del milenio»[2], afirmó el Papa Juan Pablo II a los millares de miembros de movimientos que colmaron y rebasaron la plaza San Pedro avanzando sobre la vía de la Conciliación, en dirección al río Tíber. Fue la tarde de la vigilia de Pentecostés, el 30 de mayo de 1998. Se trató de un acontecimiento inédito. Por primera vez el Sucesor de Pedro convocaba a un encuentro con él a estas nuevas formas de vida asociada que han recibido el calificativo de movimientos eclesiales. El Santo Padre había invitado a sus integrantes a dar «un testimonio común» en el año dedicado al Espíritu Santo. Para ello encomendó al Pontificio Consejo para los Laicos la organización de un Congreso mundial de los movimientos eclesiales, así como de un gran Encuentro en la plaza San Pedro. Todo ello culminaría con la celebración de la Eucaristía en la magna solemnidad de Pentecostés el domingo 31 de mayo.
1. Los movimientos eclesiales en el hoy de la Iglesia
¿Qué son estos movimientos eclesiales? ¿Qué lugar ocupan en la vida del Pueblo de Dios? ¿Qué aportan a la misión de la Iglesia en el umbral del tercer milenio de la fe?
Los llamados movimientos eclesiales forman parte de un florecimiento singularmente fecundo de nuevas formas de vida asociada que el Espíritu Santo ha suscitado en la Iglesia en los últimos tiempos. No ha sido un hecho humanamente planificado. Ha acontecido de manera inesperada y sobre todo espontánea. Ciertamente no es un fenómeno uniforme. El Espíritu Santo ha hecho brotar distintos tipos de comunidades que han ido haciendo su propio camino, acentuando, en la unidad de la fe de la Iglesia, aspectos o perspectivas del Evangelio y de la vida como creyentes, y plasmando sus objetivos y servicios de manera particular dentro de la comunión eclesial. Esto ha generado una rica e interesante diversidad de expresiones en el Pueblo de Dios. En este caminar no han faltado tampoco las dificultades, algunas de ellas dolorosas. No es extraño que lo nuevo suela encontrar problemas para abrirse camino. Hay de eso, y también de la experiencia de un tiempo de maduración que viene a menudo acompañado de tensiones que bien pueden llamarse de discernimiento y crecimiento.
Un poco por la novedad y por la importancia de los conceptos parece oportuno detenerse a reflexionar sobre el alcance del nombre movimientos eclesiales y lo apropiado de su uso cuando se habla en general, y sobre lo atentos que hay que estar para evitar globalizaciones que pueden confundir. Así pues, parece evidente que se puede hablar, en términos generales, de un fenómeno amplio con características semejantes. En ello es recomendable tener presente que se trata de respuestas suscitadas por el Espíritu Santo en el seno del Pueblo de Dios para una misma época y ante desafíos comunes. Ello da una determinada fisonomía que permite encuadrar a los movimientos eclesiales en un cierto tipo de manifestación de la Iglesia de cara al tercer milenio. Pero es igualmente claro que dentro de dicho fenómeno general se dan realidades y expresiones diversas, con impostaciones, estilos, características y métodos diferentes. De ahí que haya que tener prudencia al ensayar globalizaciones que integren a todas estas nuevas expresiones asociadas. Para reflejar adecuadamente la realidad concreta habría que distinguir aquello que es común y aquello que no lo es. En algunos casos no está bien diluir en generalizaciones las diferencias, historias e identidades propias de cada cual en sus manifestaciones particulares. Para reconocer debidamente esta doble realidad de lo común y de lo particular, cuando se deja de hablar en sentido lato, es apropiado tener en cuenta las características propias de cada caso concreto al que se hace referencia. Vale aquí lo mismo que sucede con la vida consagrada. Si bien se puede hablar de la vida consagrada en general, y ciertamente así se viene haciendo siempre que se trate de una perspectiva global que apunta a los fundamentos o manifestaciones comunes de la misma, se puede y se debe distinguir, siempre que ello sea pertinente, las características y formas concretas de una determinada congregación o instituto. Atribuir a toda la vida consagrada las características de una o dos de sus manifestaciones concretas ayudaría muy poco, cuando no confundiría, a la comprensión de la rica y plural realidad que la vida consagrada tiene en la Iglesia.
Señalada esta necesaria precisión, hay que destacar que el término que ha encontrado mayor fortuna para denominar esta nueva y variopinta floración asociativa es el de movimientos eclesiales[3]. Al parecer las raíces de esta expresión se encuentran en las grandes corrientes sociales, culturales y religiosas de las décadas anteriores. Se habla así de nuevos movimientos eclesiales como de un concepto que engloba formas nuevas de vida asociada en el Pueblo de Dios que han surgido en estos últimos tiempos, y que si bien agrupan sobre todo a laicos, incluyen también a clérigos y consagrados. En los últimos años han comenzado a multiplicarse los documentos y trabajos que tratan de explicar este fenómeno abriendo un interesante horizonte de reflexión[4]. Se han ensayado diversas definiciones sin llegar a una totalmente satisfactoria. Por eso quizás muchos han optado por quedarse en las descripciones del fenómeno antes que ensayar una definición. El concepto expresa a la vez una realidad carismática y otra sociológica que no deben ser confundidas. La carismática se refiere a un don del Espíritu Santo que se plasma en formas concretas en las que se acentúan diversos elementos del único misterio de fe así como algunos aspectos de la vida cristiana. Esta dimensión carismática encuentra su garantía de veracidad en el discernimiento que hace la jerarquía de la Iglesia. La sociológica se refiere a una forma de organización que incluye los aspectos más o menos comunes de toda asociación o vinculación entre personas.
El Papa Juan Pablo II ofreció una importante iluminación en su Magisterio durante los días de Pentecostés de 1998 sobre lo que son los movimientos eclesiales. Lo primero y principal que se debe destacar en lo que el Romano Pontífice enseña sobre los movimientos es algo a la vez muy simple y esencial: son una «propuesta de vida cristiana»[5]. Lo había señalado en la vigilia de Pentecostés de 1996, cuando convocó a la celebración en el año dedicado al Espíritu Santo. Y lo volvió a afirmar en el mensaje que envió al Congreso mundial de los movimientos eclesiales. Son pues caminos concretos para acoger en la propia existencia la vida que el Señor Jesús nos trajo. En el Encuentro lo planteó de una hermosa manera: «En los movimientos y en las nuevas comunidades habéis aprendido que la fe no es un discurso abstracto ni un vago sentimiento religioso, sino vida nueva en Cristo, suscitada por el Espíritu Santo»[6]. Se trata de ámbitos para la formación de una vida cristiana consciente y apostólica, que ha de crecer en la comunión de la Iglesia, aportando su fervor y caridad en el esfuerzo cotidiano por vivir el Plan de Dios como contribución a la edificación de la Iglesia. Toda la vida cristiana, como despliegue del Bautismo y la Confirmación, toma fuerza y se dirige a la Eucaristía, el Sacrificio, memorial de la muerte y resurrección del Señor, por el que se significa y realiza la unidad del Pueblo de Dios[7]. Queda así en evidencia su eclesialidad, inscrita en la rica tradición de la Iglesia, con dos mil años de historia. No hay, pues, propiamente ninguna novedad en esto. Lo que aportan los movimientos son nuevas maneras, nuevos estilos, de vivir la fe. Es decir, son portadores del germen de la renovación; de una renovación en continuidad, ciertamente.
En el mensaje al Congreso mundial de los movimientos eclesiales el Papa Juan Pablo II ofreció algunas importantes orientaciones sobre lo que caracteriza a los movimientos. Recogiendo las muchas interrogantes que se alzan sobre lo que constituye un movimiento eclesial el Santo Padre se hizo la siguiente pregunta: «¿Qué se entiende, hoy, por "movimiento"?»[8]. Su respuesta es iluminadora: «El término se refiere con frecuencia a realidades diferentes entre sí, a veces, incluso por su configuración canónica. Si, por una parte, ésta no puede ciertamente agotar ni fijar la riqueza de las formas suscitadas por la creatividad vivificante del Espíritu de Cristo, por otra indica una realidad eclesial concreta en la que participan principalmente laicos, un itinerario de fe y de testimonio cristiano que basa su método pedagógico en un carisma preciso otorgado a la persona del fundador en circunstancias y modos determinados»[9].
En medio de los desafíos y problemas entre los que peregrina la Iglesia en estos tiempos el surgimiento de estas comunidades trae un viento fresco que despierta esperanzas y abre nuevos horizontes de servicio evangelizador. El Papa Juan Pablo II habla de una nueva primavera para la Iglesia que se insinúa en estos nuevos brotes llenos de vigor, y la vincula directamente al Concilio Vaticano II. Algunos piensan que esta época sería en cierto sentido parangonable con otras que vieron el crecimiento de comunidades de cristianos que fueron dóciles al influjo del Espíritu Santo para la renovación de la Iglesia en vistas a los desafíos de su tiempo y lugar. Estas comunidades y asociaciones de bautizados se plasmaron de diversas formas -siempre en directa relación a su tiempo y cultura- y generaron grandes movimientos de renovación. Por esa razón muchos -como, por ejemplo, el Cardenal Joseph Ratzinger[10]- no dudan en hacer un paralelo entre nuestro tiempo y otros del pasado en los que también se dio un florecimiento de experiencias que bien podrían englobarse bajo el concepto de movimiento.
2. La celebración de Pentecostés de 1998
La celebración de la solemnidad de Pentecostés de 1998 le dio la oportunidad al Papa Juan Pablo II de ofrecer algunas importantes orientaciones y reflexiones sobre los aspectos fundamentales de este fenómeno que viene creciendo en los últimos tiempos. La ocasión no podía ser más propicia. Si había que pensar en una fecha central en el año dedicado al Espíritu Santo, en el camino de preparación del Pueblo de Dios para el Gran Jubileo del 2000, ésa ciertamente era Pentecostés. En un gesto muy elocuente el Santo Padre escogió esa fecha tan importante para congregar a estas asociaciones eclesiales que ponen de manifiesto de manera tan vital la acción del Espíritu. Y al hacerlo quiso también fortalecer la comunión que él como Sucesor del Apóstol Pedro está llamado a cuidar y promover.
El Santo Padre tuvo la oportunidad de dirigirse en tres ocasiones a los miembros de los movimientos eclesiales durante esos días:
1. Mensaje al Congreso mundial de los movimientos eclesiales (27/5/1998);
2. Discurso en el Encuentro con los movimientos eclesiales y las nuevas comunidades (30/5/1998);
3. Homilía en la Eucaristía en la solemnidad de Pentecostés (31/5/1998).
La ocasión puso claramente de manifiesto que el gran motivo detrás de todo este programa era la celebración del don del Espíritu Santo; don que, entre otras realidades, se manifiesta a través de la rica diversidad de aquellas nuevas experiencias eclesiales que se ha venido a llamar movimientos eclesiales. El Papa citó en su discurso durante el Encuentro del sábado un pasaje de San Pablo muy significativo que expresa esta diversidad que el Espíritu anuda en una sola realidad, en una misma fe y comunión: «Hay diversidad de carismas, pero el Espíritu es el mismo, (...) el Señor es el mismo, (...) es el mismo Dios que obra todo en todos»[11]. Tanto en el Congreso como en el Encuentro en la plaza San Pedro se manifestó la riqueza de los diversos carismas, con sus distintos métodos formativos y modalidades de acción y servicio. Pero al mismo tiempo se pudo percibir el espíritu de comunión eclesial que unía a los presentes, para los cuales, además, es de capital importancia la constante referencia al ministerio petrino y su servicio a la unidad de la Iglesia.
El Papa Juan Pablo II ha manifestado reiteradamente que considera que los movimientos eclesiales y las nuevas comunidades, tomadas así en términos generales, constituyen un don del Espíritu Santo para la Iglesia en este tiempo. Lo había dicho claramente en la vigilia de Pentecostés de 1996: «Uno de los dones del Espíritu Santo a nuestro tiempo es, ciertamente, el florecimiento de los movimientos eclesiales»[12]. Y lo reiteró en sus palabras tanto al Congreso como al Encuentro, presentando a los movimientos como «suscitados por el Espíritu de Cristo para dar un nuevo impulso apostólico a toda la comunidad eclesial»[13].
El Santo Padre se aproxima a la experiencia de los movimientos eclesiales y nuevas comunidades a partir de la acción del Espíritu Santo en el Pueblo de Dios. El gran telón de fondo es sobre todo lo que aconteció en el Cenáculo de Jerusalén en Pentecostés. «¡Cómo no dar gracias a Dios por los prodigios que el Espíritu no ha dejado de realizar en estos dos milenios de vida cristiana!»[14], exclamó en su homilía en la Misa de Pentecostés. A lo largo de la historia se han seguido comprobando los frutos maravillosos de aquel acontecimiento del Cenáculo. También hoy, añadió el Romano Pontífice, el Espíritu Santo «da vida a carismas y dones siempre nuevos, que atestiguan su incesante acción en el corazón de los hombres. Prueba elocuente de ello es esta solemne liturgia, en la que están presentes numerosísimos miembros de los movimientos y las nuevas comunidades, que durante estos días han celebrado en Roma su congreso mundial. Ayer, en esta misma plaza de San Pedro, vivimos un inolvidable encuentro de fiesta, con cantos, oraciones y testimonios. Experimentamos el clima de Pentecostés, que hizo casi visible la fecundidad inagotable del Espíritu en la Iglesia»[15].
Los movimientos son un don del Espíritu para la Iglesia en vistas a su misión en el aquí y ahora de la historia. Han sido suscitados en función de los desafíos con los que la Iglesia se está encontrando en estos tiempos. Los movimientos, destacó el Santo Padre, generan «un renovado impulso misionero, que lleva a encontrarse con los hombres y mujeres de nuestra época, en las situaciones concretas en que se hallan»[16]. Los carismas que el Espíritu Santo derrama en su Pueblo constituyen una llamada «a vivir en plenitud, con inteligencia y creatividad, la experiencia cristiana»[17], lo cual, señaló el Papa, «es el requisito para encontrar respuestas adecuadas a los desafíos y urgencias de los tiempos y de las circunstancias históricas siempre diversas»[18].
Este nuevo impulso apostólico que el Espíritu Santo suscita debe ser entendido en relación con los desafíos del tiempo actual en el que se difunde cada vez más un clima de secularización donde se prescinde de Dios en una suerte de agnosticismo funcional. «En nuestro mundo, frecuentemente dominado por una cultura secularizada que fomenta y propone modelos de vida sin Dios -afirmó el Papa en el Encuentro-, la fe de muchos es puesta a dura prueba y no pocas veces sofocada y apagada. Se siente, entonces, con urgencia la necesidad de un anuncio fuerte y de una sólida y profunda formación cristiana. ¡Cuánta necesidad existe hoy de personalidades cristianas maduras, conscientes de su identidad bautismal, de su vocación y misión en la Iglesia y en el mundo! ¡Cuánta necesidad de comunidades cristianas vivas! Y aquí entran los movimientos y las nuevas comunidades eclesiales: son la respuesta, suscitada por el Espíritu Santo, a este dramático desafío del fin del milenio. Vosotros sois esta respuesta providencial»[19].
3. Una confirmación y un exigente aliento
Desde los comienzos de su pontificado el Papa Juan Pablo II ha alentado a los movimientos eclesiales. Su prédica en favor de estas nuevas expresiones de vida asociada en la Iglesia ha sido constante. Esto se ha visto tanto en sus documentos como en sus encuentros y visitas pastorales a lo largo y ancho del planeta. Ha ofrecido así importantes criterios de orientación sobre su identidad y su lugar en la vida y misión de la Iglesia. No ha cejado en impulsarlos a una mejor y más fecunda inserción en las realidades de las Iglesias particulares, al tiempo que ha pedido insistentemente que se les acompañe en dicho proceso y se les dé el espacio para que puedan fructificar y ofrecer sus dones a toda la Iglesia. Ha solicitado reiteradamente que se respete y valore su carisma y por lo tanto se resguarde su identidad, mientras que ha animado a los movimientos a que den frutos de santidad en fidelidad al carisma recibido. Con paciencia ha limado asperezas y promovido el encuentro, alentando a que se superen reservas y recelos. De esta forma ha fortalecido la comunión en el Pueblo de Dios y ha abierto cauces para que las nuevas expresiones eclesiales que el Espíritu Santo está suscitando para estos tiempos de cambios y crisis puedan ir desarrollándose y dando fruto aportando a la misión de la Iglesia.
¿Cómo interpretar la celebración de Pentecostés con los movimientos eclesiales y las nuevas comunidades en el año dedicado precisamente al Espíritu Santo camino al tercer milenio?
Ante todo se trata de un gesto del Sucesor de San Pedro, un gesto elocuente de aprecio y valoración de estas nuevas expresiones eclesiales. La figura venerable del Pastor de blanco que saludaba a la multitud que desbordaba la plaza San Pedro hizo presente para los hijos de la Iglesia la roca en la que el Señor Jesús quiso cimentar su Iglesia. Él, Pedro para nosotros, quiso este encuentro. Fue él mismo quien invitó a los movimientos para dar ese «testimonio común». Era la primera vez que se hacía una convocatoria de este tipo. El Papa lo sabía y lo explicitó afirmando que se trataba de un acontecimiento «inédito». Con la conciencia de la trascendencia de lo que hacía, convocó y confirmó en la fe y la comunión de la Iglesia a los movimientos eclesiales. Recapituló así veinte años de siembra y seguimiento a estas nuevas realidades. Y los lanzó hacia el futuro, hacia el tercer milenio, para que asuman con ardor y creatividad, con fidelidad y amor a la Iglesia, los nuevos desafíos que se están alzando en muchos casos amenazantes pero preñados de oportunidades pastorales.
Pero además, con la mirada y el corazón puestos en el tercer milenio, Juan Pablo II ha ofrecido una síntesis, hermosa y precisa a la vez, de sus enseñanzas sobre los nuevos movimientos eclesiales y su lugar en la Iglesia. Los tres textos que ofreció en esos días recogen aspectos importantes de sus reflexiones y de sus orientaciones al respecto, y las presentan de manera orgánica. El Papa ha recapitulado y reafirmado sus intuiciones y sus expectativas centrales. Retomando las líneas matrices de su Magisterio sobre el particular ha ofrecido una pequeña suma de los aspectos teológicos y pastorales principales. Y lo ha hecho colocando como gran marco de todo la acción vivificadora del Espíritu Santo.
Su gesto y sus palabras son también una confirmación y un exigente aliento. El Papa ha confirmado la figura y el valor de los movimientos eclesiales. Ha confirmado definitivamente un cauce dentro del Pueblo de Dios que descubre suscitado por el Espíritu de vida y verdad para dinamizar y renovar la vida cristiana y el impulso misionero. Como Sucesor del Apóstol San Pedro, y por tanto como principio y fundamento perpetuo y visible de la unidad del Pueblo de Dios, ha confirmado a los movimientos eclesiales en la comunión de la Iglesia toda. Pero, a la vez, los ha alentado a responder al don recibido, a cuidar lo que deben administrar, a ser fieles a la fe de la Iglesia, a que desarrollen el carisma que se les ha confiado y a que lo pongan con parresía al servicio de la misión de la Iglesia. Como señaló en otra ocasión, la comunión eclesial es «un gran don del Espíritu Santo» que debe ser acogido «con gratitud» y al mismo tiempo «con profundo sentido de responsabilidad»[20].
Sus palabras son asimismo una invitación a la fidelidad y a la madurez en el servicio a la misión de la Iglesia. El Santo Padre ha ofrecido un hermoso conjunto de orientaciones que, por un lado, recogen los frutos ya visibles de estas nuevas formas asociativas que ha suscitado el Espíritu Santo, al tiempo que, por otro lado, constituyen un horizonte hacia el cual caminar en la búsqueda de la fidelidad al designio divino. Son palabras claras y exigentes, que plantean las características de lo que es una auténtica experiencia eclesial, en apertura al Espíritu y en función de la misión de la Iglesia. Así, recuerdan como condición de fecundidad la fidelidad a la invitación del Espíritu Santo, que es fidelidad a la gracia bautismal y su despliegue.
El Papa espera que los movimientos «den copiosos frutos para bien de la Iglesia y de la humanidad entera»[21]. Pero un sarmiento sólo puede dar fruto si está unido a la vid. El Señor Jesús es la «vid verdadera»[22], y nos enseña que no se puede dar fruto si no se permanece en Él. «Yo soy la vid; vosotros los sarmientos. El que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto; porque separados de mí no podéis hacer nada»[23]. El Papa Juan Pablo II es consciente de que esos frutos deben crecer en medio de situaciones difíciles, en medio de limitaciones y debilidades. Por ello espera que se inicie una nueva y exigente etapa donde se manifieste más ampliamente la madurez evangélica de los movimientos. Esta nueva etapa de madurez no está, sin embargo, desprovista de exigencias para los dirigentes e integrantes de los movimientos. La guía del Magisterio y la fidelidad a la fe y misión de la Iglesia son claves de discernimiento para recorrer el camino hacia el futuro, ayudando a construir una cultura según el Plan de Dios. Por eso en el Encuentro afirmó: «Hoy ante vosotros se abre una etapa nueva: la de la madurez eclesial. Esto no significa que todos los problemas hayan quedado resueltos. Más bien, es un desafío, un camino por recorrer. La Iglesia espera de vosotros frutos "maduros" de comunión y de compromiso»[24]. La comunión y el compromiso en la fe y la misión de la Iglesia quedan constituidos así como ineludibles coordenadas para depurar la acción y en general la respuesta de cada movimiento buscando ser fieles a los impulsos del Espíritu. Este asunto es sumamente importante, pues evita un triunfalismo superficial y toca la realidad profunda de la respuesta, con la fuerza de la gracia, de personas heridas por el pecado y que desde la conciencia de su fragilidad aspiran a responder libremente a los amorosos impulsos del Espíritu Santo.
Toda llamada del Espíritu espera una respuesta, como la dio Santa María con su fiat. De la misma manera hay que decir que todo don conlleva como correlato un compromiso. El fiat que los movimientos deben dar a la llamada del Espíritu es la condición primera para que el don fructifique, según la gracia de Dios. Y eso implica un exigente compromiso. Los miembros de los movimientos deben ser conscientes de la enorme responsabilidad que significa haber sido convocados por el Espíritu a formar parte de estas nuevas respuestas para los desafíos de este tiempo. Se explicita así una responsabilidad frente al Espíritu que convoca. Pero se pone también de manifiesto una responsabilidad frente a la Iglesia toda. Los carismas que han recibido son para utilidad de todo el Pueblo de Dios y deben ser puestos al servicio de la misión. No son dones para un bien particular. Los movimientos tienen, en consecuencia, una ineludible responsabilidad con relación a todo el Pueblo de Dios que debe ser asumida con seriedad y coherencia en la comunión.
El Santo Padre ha alentado a que se ofrezca a los movimientos eclesiales y a las nuevas comunidades las vías para que fructifiquen según el designio divino y aporten sus energías y riquezas en la renovación de la vida cristiana y en las tareas de la evangelización. Pero eso supone también que los movimientos asuman su responsabilidad y, en fidelidad al designio divino, pongan los medios para acoger la gracia que el Espíritu derrama. Podrán así crecer en frutos de santidad para bien del Pueblo de Dios y de los hombres y mujeres de estos tiempos. Ello debe ser hecho desde la comunión de la Iglesia, en todas sus instancias, y con la convicción de que sólo desde la comunión se pueden esperar verdaderos frutos de santidad. Todo esto estaba magníficamente bien resumido en el tema del Congreso: comunión y misión en los umbrales del tercer milenio.
4. Mirando el tercer milenio
Juan Pablo II espera que cada vez se manifieste más «la fecunda vitalidad de los movimientos en el Pueblo de Dios, que se prepara para cruzar el umbral del tercer milenio»[25]. El Papa explicitó que tenía la mirada puesta en el Gran Jubileo del 2000, cuando celebraremos la amorosa Encarnación del Verbo Eterno en el seno de la Inmaculada Virgen María. Refiriéndose al sábado por la tarde, el Papa habló de «este extraordinario encuentro, que nos proyecta hacia el gran jubileo del año 2000»[26]. Tenía, a la vez, presente el tercer milenio de la fe, tiempo en el que espera que los movimientos den mucho fruto. Por ello en el Encuentro afirmó: «Jesús dijo: "He venido a traer fuego a la tierra y ¡cuánto desearía que ya estuviera encendido!"[27]. Mientras la Iglesia se prepara a cruzar el umbral del tercer milenio, acojamos la invitación del Señor, para que su fuego se encienda en nuestro corazón y en el de nuestros hermanos»[28].
De esta manera también ha señalado a los movimientos eclesiales y a las nuevas comunidades como un ámbito donde está actuando el Espíritu Santo en vistas a los tiempos advenientes. Un pasaje de su homilía en la Misa del domingo resume bien su convicción: «Los movimientos y las nuevas comunidades, que son expresiones providenciales de la nueva primavera suscitada por el Espíritu con el Concilio Vaticano II, constituyen un anuncio de la fuerza del amor de Dios que, superando todo tipo de divisiones y barreras, renueva la faz de la tierra, para construir en ella la civilización del amor»[29]. En un mundo lleno de rupturas y de conflictos, los movimientos eclesiales pueden ser testimonio del amor reconciliador del Padre, quien en el Señor Jesús ofreció la reconciliación que restableció la comunión perdida y derrumbó los muros que separaban a los pueblos. En medio de las rupturas y divisiones los movimientos están invitados a predicar la Palabra de la reconciliación[30], que es el fundamento de una sociedad más justa, fraterna, solidaria y reconciliada.
A través de lo que está aconteciendo en los movimientos eclesiales se pueden apreciar algunos de los desafíos que están apareciendo y que en cierto modo permiten ya vislumbrar algunas de las pistas por las que transitará la humanidad en el nuevo milenio. Juan Pablo II es consciente de que estamos en una época de profundas transformaciones con hondas repercusiones culturales y grandes desafíos. Una de las características más graves que se está difundiendo en sectores cada vez más amplios es una prescindencia de Dios. Incluso en sociedades tradicionalmente cristianas se está produciendo un alejamiento de Dios y una marginación de la verdad del Señor Jesús. En el trasfondo se descubre una crisis en torno a la verdad que está generando un agnosticismo funcional. Hay como un quiebre que está avanzando culturalmente y que hace difícil que las nuevas generaciones escuchen la Buena Nueva y se adhieran con generosidad a ella. Todo esto llama a un serio discernimiento por parte de la Iglesia con relación a los nuevos desafíos que la sociedad adveniente traerá. En esta tarea no se puede prescindir de aquello que el Espíritu Santo ha suscitado en respuesta a los tiempos actuales de cara al futuro. Observar cómo se va manifestando el Espíritu en estas nuevas realidades eclesiales y cómo los que se encuentran inmersos en ellas procuran responder a lo que creen que el Espíritu los llama, puede ser una eficaz ayuda para encontrar los caminos nuevos que permitan llevar al corazón del ser humano de este tiempo la verdad del Señor Jesús, el mismo ayer, hoy y siempre[31].
Invocando el auxilio de Santa María el Santo Padre ha alentado a los movimientos eclesiales a que asuman su responsabilidad en la Iglesia de cara a los tiempos advenientes. Ha vuelto a señalar a la Madre del Señor como modelo de acogida del Espíritu. Su fiat debe servir de paradigma para aprender la verdadera docilidad ante la acción del Espíritu. «A María -dijo en el Encuentro-, primera discípula de Cristo, Esposa del Espíritu Santo y Madre de la Iglesia, que acompañó a los Apóstoles, en el primer Pentecostés, dirijamos nuestra mirada para que nos ayude a aprender de su fiat la docilidad a la voz del Espíritu»[32]. En la Meditación mariana que hizo después de la Misa de Pentecostés señaló también: «A la Reina de los Apóstoles encomendamos los movimientos y las demás formas de compromiso misionero que han surgido durante estos últimos años»[33].
Y con la lección aprendida en la escuela de María, invocó el Papa la presencia del Espíritu Santo para que derrame sus bendiciones en los corazones de los fieles, y en especial de los miembros de los movimientos eclesiales: «Hoy, en este cenáculo de la plaza de San Pedro, se eleva una gran oración: ¡Ven Espíritu Santo! ¡Ven y renueva la faz de la tierra! ¡Ven con tus siete dones! ¡Ven, Espíritu de vida, Espíritu de verdad, Espíritu de comunión y de amor! La Iglesia y el mundo tienen necesidad de ti. ¡Ven, Espíritu Santo, y haz cada vez más fecundos los carismas que has concedido!»[34].
Fuente: BIBLIOTECA ELECTRÓNICA CRISTIANA – BEC – VE MULTIMEDIOS
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Notas:
[1] Germán Doig Klinge (1957-2001), fue Vicario General del Sodalicio de Vida Cristiana, miembro del Pontificio Consejo para los Laicos y formaba parte del Consejo Editorial de la revista «VE». Participó como auditor en la Asamblea especial para América del Sínodo de los Obispos. Entre sus obras se cuentan: Juan Pablo II y la cultura en América Latina; Derechos humanos y enseñanza social de la Iglesia; El silencio y la liturgia; De Río a Santo Domingo; Diccionario Río, Medellín, Puebla, Santo Domingo.
[2] Juan Pablo II, Discurso en el Encuentro con los movimientos eclesiales y las nuevas comunidades, 30/5/1998, 7 (a partir de ahora Encuentro).
[Puede leerlo en:
http://studiumlibros.blogspot.com/2009/02/congreso-mundial-de-los-movimientos.html ].
[3] También se les suele llamar movimientos apostólicos.
[4] Entre la amplia bibliografía publicada en los últimos tiempos se puede mencionar: Cardenal Jorge Medina Estévez -entonces obispo de Valparaíso-, Apuntes sobre el tema de los movimientos eclesiales, Valparaíso 1994; Barbara Zadra, I movimenti ecclesiali e i loro statuti, Gregorian University Press, Roma 1995; Comisión Episcopal de Apostolado Laical de la Conferencia Episcopal Peruana, Asociaciones y movimientos eclesiales. Criterios de orientación, Lima 1996; Mons. Paul Josef Cordes, Segni di speranza. Movimenti e nuove realtà nella vita della Chiesa alla vigilia del Giubileo, San Paolo, Milán 1998; Manuel Ma. Bru Alonso, Testigos del Espíritu. Los nuevos líderes católicos: movimientos y nuevas comunidades, Edibesa, Madrid 1998. También es muy iluminador el libro de Guzmán Carriquiry L., Los laicos y la Nueva Evangelización, Vida y Espiritualidad, Lima 1996; así como el documento de la Conferencia Episcopal Italiana de 1981, Criterii di ecclesialità dei gruppi, movimenti e associazioni (Elle Di Ci, Turín).
[5] Juan Pablo II, Homilía en la vigilia de Pentecostés, 25/5/1996, 7. Citado en Juan Pablo II, Mensaje al Congreso mundial de los movimientos eclesiales, 27/5/1998, 1 (a partir de ahora Congreso).
[Puede leerlo en:
[3] También se les suele llamar movimientos apostólicos.
[4] Entre la amplia bibliografía publicada en los últimos tiempos se puede mencionar: Cardenal Jorge Medina Estévez -entonces obispo de Valparaíso-, Apuntes sobre el tema de los movimientos eclesiales, Valparaíso 1994; Barbara Zadra, I movimenti ecclesiali e i loro statuti, Gregorian University Press, Roma 1995; Comisión Episcopal de Apostolado Laical de la Conferencia Episcopal Peruana, Asociaciones y movimientos eclesiales. Criterios de orientación, Lima 1996; Mons. Paul Josef Cordes, Segni di speranza. Movimenti e nuove realtà nella vita della Chiesa alla vigilia del Giubileo, San Paolo, Milán 1998; Manuel Ma. Bru Alonso, Testigos del Espíritu. Los nuevos líderes católicos: movimientos y nuevas comunidades, Edibesa, Madrid 1998. También es muy iluminador el libro de Guzmán Carriquiry L., Los laicos y la Nueva Evangelización, Vida y Espiritualidad, Lima 1996; así como el documento de la Conferencia Episcopal Italiana de 1981, Criterii di ecclesialità dei gruppi, movimenti e associazioni (Elle Di Ci, Turín).
[5] Juan Pablo II, Homilía en la vigilia de Pentecostés, 25/5/1996, 7. Citado en Juan Pablo II, Mensaje al Congreso mundial de los movimientos eclesiales, 27/5/1998, 1 (a partir de ahora Congreso).
[Puede leerlo en:
http://studiumlibros.blogspot.com/2009/02/congreso-mundial-de-movimientos.html ].
[6] Encuentro, 7.
[7] Ver Lumen gentium, 11; Sacrosanctum Concilium, 10.
[8] Congreso, 4.
[9] Lug. cit. (Idem ant.)
[10] Ver Cardenal Joseph Ratzinger, Los movimientos eclesiales y su colocación teológica; conferencia en el Congreso mundial de los movimientos eclesiales, Roma, 27/5/1998.
[ Puede leerlo en:
[6] Encuentro, 7.
[7] Ver Lumen gentium, 11; Sacrosanctum Concilium, 10.
[8] Congreso, 4.
[9] Lug. cit. (Idem ant.)
[10] Ver Cardenal Joseph Ratzinger, Los movimientos eclesiales y su colocación teológica; conferencia en el Congreso mundial de los movimientos eclesiales, Roma, 27/5/1998.
[ Puede leerlo en:
http://fraternidadvidanueva.blogspot.com/2009/01/los-movimientos-eclesiales-y-su.html ].
[11] 1 Cor 12, 4-6.
[12] Juan Pablo II, Homilía en la vigilia de Pentecostés, 25/5/1996, 7.
[Puede leerlo en:
[11] 1 Cor 12, 4-6.
[12] Juan Pablo II, Homilía en la vigilia de Pentecostés, 25/5/1996, 7.
[Puede leerlo en:
http://studiumlibros.blogspot.com/2009/02/congreso-mundial-de-movimientos_02.html ].
[13] Congreso, 3.
[14] Juan Pablo II, Homilía durante la Misa de Pentecostés, 31/5/1998, 2 (a partir de ahora Misa).
[15] Lug. cit. (Idem ant.)
[16] Congreso, 2.
[17] Allí mismo, 4.
[18] Lug. cit. (Idem ant.)
[19] Encuentro, 7.
[20] Ver Juan Pablo II, Christifideles laici, 20.
[21] Congreso, 5.
[22] Jn 15, 1.
[23] Jn 15, 5.
[24] Encuentro, 6; ver también Congreso, 2.
[25] Congreso, 1.
[26] Encuentro, 2.
[27] Lc 12,49.
[28] Encuentro, 9.
[29] Misa, 2.
[30] Ver 2 Cor 5, 19.
[31] Ver Heb 13, 8.
[32] Encuentro, 9.
[33] Juan Pablo II, Meditación mariana después de la Misa de Pentecostés, 31/5/1998.
[34] Encuentro, 9.
[13] Congreso, 3.
[14] Juan Pablo II, Homilía durante la Misa de Pentecostés, 31/5/1998, 2 (a partir de ahora Misa).
[15] Lug. cit. (Idem ant.)
[16] Congreso, 2.
[17] Allí mismo, 4.
[18] Lug. cit. (Idem ant.)
[19] Encuentro, 7.
[20] Ver Juan Pablo II, Christifideles laici, 20.
[21] Congreso, 5.
[22] Jn 15, 1.
[23] Jn 15, 5.
[24] Encuentro, 6; ver también Congreso, 2.
[25] Congreso, 1.
[26] Encuentro, 2.
[27] Lc 12,49.
[28] Encuentro, 9.
[29] Misa, 2.
[30] Ver 2 Cor 5, 19.
[31] Ver Heb 13, 8.
[32] Encuentro, 9.
[33] Juan Pablo II, Meditación mariana después de la Misa de Pentecostés, 31/5/1998.
[34] Encuentro, 9.
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Para profundizar sobre los Movimientos Eclesiales, haga clic en los siguientes enlaces:
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Mire el video de Germán Doig sobre "Los Movimientos Eclesiales"
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